sábado, 1 de marzo de 2014

Capítulo 4 de "My Sweet Lover"

Aquí lo tenéis recién escrito. Espero que os guste

Capítulo 4
Mierda. ¿Qué está haciendo el aquí? Tengo constancia de que es dos años mayor que yo (es otro de los datos que Sammy conocía y yo no) debería estar en la universidad no en el instituto. ¿Habrá venido para verme? Un momento ¿por qué iba a venir para verme a mí? Es tan absurdo… Aunque pensándolo bien no hay universidades importantes en Princeton, un buen jugador de fútbol americano cómo era él seguro que habría conseguido una buena beca de deportes para estudiar en Berkley (California) o alguna por el estilo.
-       Álex – me llamó por tercera vez.
-       Hola – dije con tono indiferente  - Lo siento, pero llego tarde a clase y tengo que…
-       Espera Alex quiero hablar contigo.
-       Este no es el mejor lugar, aquí nadie sabe que soy… Bueno, – me paré a pensar – o no lo sabían hasta el otro día. Igual llego tarde.
-       Podemos quedar esta tarde si quieres.
-       No. No quiero.
Entré en el aula cerrando la puerta dándole con ella en las narices. Es posible que fuese el chico más guapo que hubiese visto nunca. Pero jugó conmigo, me emborrachó, quizás me drogo, y a saber que me hizo entre sus sábanas. Yo esperaba que mi primera vez fuera con una persona especial a la que quisiera y ahora todo se ha ido al garete por su culpa. Por un simple rollo de una noche.
Además no quería hablar con él, no en medio de los pasillos del instituto al menos, ya tenía demasiado con que se metiesen conmigo por algo que sospechan, no sé si podría aguantar que lo supiese todo el mundo. Si bien, después del sábado mucha gente se habría enterado de lo que Sammy llama “un secreto a voces”. ¿Tanto se nota que soy gay?
Un momento, él es un jugador de fútbol americano, del cual casi nadie conoce su verdadera sexualidad… Sammy pareció realmente sorprendida cuando se lo dije. ¿Y si realmente no nos besamos en público? Recuerdo escuchar la versión acústica de Titanium, pero no recuerdo estar en la pista de baile. Seguro que encima me había mentido sobre la manera en que nos besamos.
No salí de mi ensimismamiento hasta que la señora Coates se puso frente a mí con su blusa estampada de flores y me miró fijamente a los ojos.
-       Alexei habitualmente sueles vivir en tu propio mundo, pero hoy estás más raro de lo habitual. Llevo 5 minutos preguntándote y no me has contestado.
-       Perdone señora Coates. ¿Cuál ha sido su pregunta?
-       Alexei si no te importa, me gustaría verte después de clase en mi despacho.
-       Claro.
Todo esto es culpa del mentiroso de Samuel. Él es la causa de que no esté haciendo caso a la Señora Coates y ahora tenga que ir a su despacho. Además de eso tendré que inventarme alguna excusa, no puedo decirle “perdone señora Coates no hago ni caso en sus clases porque no puedo dejar de pensar en si el chico con el que estuve el sábado me engaña o no”.
La mañana siguió su curso con clases muy aburridas. Al menos en la clase de Historia Universal tenía a Sammy a mi lado, aunque no fue suficiente. ¿Qué iba a decirle a la Señora Coates?
Cuando se acabaron las clases subí al tercer piso, donde se hallaba el despacho de la Señora Coates. En la puerta de su despacho había un gran número enmarcado. Un 15. Debajo del número había una placa que rezaba “Elizabeth Coates. Profesora de latín y orientadora”. Claro, lo había olvidado, la señora Coates además de enseñarnos latín ejerce de orientadora para los alumnos. No iba a darme un sermón por no atender a sus clases sino que iba a intentar entender por qué no era diestro en hacerlo. Llamé a la puerta con los nudillos y la dulce voz de la señora Coates me invitó a entrar.
Su despacho me recordó al despacho que tiene la profesora Umbridge en “Harry Potter y la Orden del Fénix”. Estaba todo teñido de rosa, y con estampados de flores a juego con su camisa. Estaba sentada en su sillón delante de la mesa y me invitó a sentarme en la silla que había justo enfrente de ella. Me senté y no abrí la boca. Hubo un silencio incomodo durante unos 2 minutos y luego la señora Coates empezó a hablar.
-       Alexei estoy muy preocupada por ti. Sé que tus notas son excelentes, de las mejores del curso, pero te veo muy perdido – hizo una pausa y continuó -. Cuando estás en clase estás como soñando despierto, con la mirada perdida. ¿Acaso te aburren las clases?
-       No es eso, es sólo que… No sé qué es lo que me pasa exactamente, la verdad. Siempre he sido algo despistado.
-       No te puedo reprochar nada porque tus notas son muy buenas – dijo con una sonrisa en la cara - pero me gustaría que en las pocas semanas que quedan de clase hicieses más caso.
-       Vale, lo intentaré. ¿Eso es todo?
-       No todo. Queda poco para el final, y la semana que viene empezaré las jornadas de orientación persona a persona pero ya que estás aquí… Dime, ¿qué es lo que te gustaría estudiar? ¿Has pensado a que universidad vas a ir?
-       Pues, esto que le voy a decir no sé lo he dicho nunca a nadie, pero me gustaría ser escritor. Aunque es muy difícil entrar. Me gustaría ir a Oxford y…
-       Sí, es muy difícil entrar pero lucha por tus sueños.
-       Bueno, eso es sólo un sueño. Realmente creo que estudiaré periodismo. He estado informándome y creo que las que más me gustan son la de Boston y la de Drake. No obstante, solicitaré también plaza en otras.
-       Eso es fantástico.
-       Sí, fantástico…
La charla con la Señora Coates se extendió otros 5 minutos, por lo menos. Le expliqué que nadie sabía sobre “mis aficiones”, ni lo que quería hacer en un futuro. Ella repitió todo el rato eso de “lucha por aquello que quieres, aunque te cueste”. Pero no sé cómo se lo tomarán mis padres. A mi padre le hubiese gustado que fuese médico, abogado, estrella de cine… O algo por el estilo. No dejo de decepcionarlo.
Al salir me encontré a Sammy que me estaba esperando. Me preguntó de qué habíamos hablado para tardar tanto tiempo y se lo conté, más o menos. Omití la parte onírica en que me convierto en un escritor de éxito, omitiendo también con esto la sugerencia de la Señora Coates de que debería solicitar plaza en la Universidad de Oxford (sí, la señora Coates lo sugirió en algún momento).
-       Alex – Sammy me miró con la cara extraña – Samuel ha venido a hablar conmigo.
-       ¿Qué? – cualquiera que hubiese mirado mi cara se daría cuenta de mi sorpresa - ¿Por qué? ¿Para qué?
-       Porque quiere hablar contigo. Casi me muero cuando me llamó por mi nombre, bueno me llamó “Sammy” y…
-       Samantha Rhodes. No. Tiene. Gracia.
-       Lo siento. Pero Alex es que…él realmente quiere hablar contigo. Me dijo que era muy importante. Que tenías que perdonarlo.
-       No pienso perdonarlo. Me emborrachó, me ha mentido, me…
-       Alex estás exagerando.
-       No importa. Mira, él… - me dio un papelito lleno de números – me ha dado su número. Me ha dicho que te lo de y que le llames. Se le veía muy sincero Alex. De veras creo que quiere hablar contigo. Enserio
-       Vale. Gracias.
-       ¿Vas a llamarlo?
-       Tengo que pensarlo.
Llegué a casa algo tarde. Ya todos habían comido. Mi madre me pone un plato de verduras. Coles de bruselas. Mis favoritas. Como viendo la tele en la cocina. Mis padres están hablando de algo en el salón. Deben de estar comentando las noticias del día. Después de comer subo a mi cuarto sin decir apenas nada a mis padres. Cierro la puerta, me tumbo en la cama y saco los libros de mi mochila para empezar a estudiar.
Poco más de cinco minutos han pasado cuando escucho “Thousand Needles”, la canción de Lea Michele que se ha convertido en mi tono de llamada, sonando en mi móvil. Era un mensaje de Sammy.

    “Alex, he guardado su número en mi móvil. O lo llamas tú, o lo llamo yo. Tú decides”

Sabía lo insistente que era Sammy así que cogí mi móvil, saqué del bolsillo de mi pantalón el papelito arrugado en el que estaba el número de Samuel. Y lo marqué. Antes de que sonase el tercer pitido escuché la melodiosa voz de Samuel al otro lado.
-       ¿Quién es?
-       Soy Alexei.
-       Alex, pensé que Samantha no te daría el número. Una chica muy maja, por cierto.
-       No te he llamado para hablar de Samantha.
-       Lo sé. Mira Alex sé que piensas que soy un cerdo y que no merezco nada – su voz sonó entrecortada cuando dijo las últimas palabras – pero realmente siento algo por ti y quiero contarte todo lo que pasó.
-       No sé si quiero saberlo.
-       Álex he sido un idiota. Lo sé, pero déjame compensarte. Te contaré toda la verdad y espero que puedas perdonarme algún día.
-       ¿Qué propones?
-       Quiero quedar contigo. Hablar cara a cara y si con eso no te logro convencer entonces dejaré de darte la tabarra. Lo prometo.
-       Di un lugar y una hora y si me interesa… apareceré.
-       En mi casa. A las 19:00.
Colgué sin más. Ni en un millón de años pensaba ir a su casa. Era un mentiroso. Quería contarme toda la verdad, eso significa que todo lo que me contó no fue nada más que un atajo de mentiras. ¿Y si tuvo alguna razón para hacerlo? Es igual. No hay ninguna razón para mentir a otra persona, y mucho menos si apenas la conoces.
Contesté el mensaje de Sammy. Apagué el móvil porque no quería más distracciones y seguí estudiando. Después de una larga tarde de latín, historia universal e historia del arte giré mi cabeza. El reloj despertador de la mesilla marcaba las 18:56. Quedaban cuatro minutos para mi “cita” con Samuel. No iba a ir. No quería ir. Pero algo dentro de mí necesitaba saber qué es lo que Samuel quería decirme.
Por suerte no había nadie en casa, así no tendría que dar explicaciones a nadie. Salí de mi casa corriendo. El reloj de mi muñeca marcaba las 19:05. Llegaba tarde. Odio sentir esto por un chico al que no conozco de casi nada. Pero sentía que tenía que darle, al menos, la oportunidad de hablar conmigo.
Llegué a su casa a las 19:10. Llamé al timbre. Esperé unos segundos y me encontré con una cara un tanto demacrada. Sin embargo, el pelo rubio y los ojos verdes resaltaban sobre los moratones que tenía en la cara. Estaba llorando. Alguien le había pegado. ¿Pero quién?
-       ¿Alex?
-       Hola, Samuel.
Antes de que pudiese decir nada más me tiré a sus brazos y nuestros cuerpos se fundieron en un abrazo.



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