Capítulo 6
- Yo también te quiero –
contesté tímidamente con miedo de haberme imaginado sus palabras.
Teníamos
que querernos. Íbamos a compartir algo muy íntimo y personal, o al menos yo iba
a hacerlo. Nunca me había parado a preguntarme si Samuel lo habría hecho con
otras personas. Sus labios rozaron mi hombro, y fueron bajando hasta el
ombligo. Sus besos eran húmedos y pasionales. Sentí como el calor de sus labios
me impregnaba. Fue subiendo de nuevo hasta que sus labios se encontraron con
los míos.
Y
o
quería tocarle, sentirle, besarle de la manera en que él lo había hecho. Pero
¿y si no soy la bastante bueno? ¿Qué pasará si no le gusta? Además podría
hacerle daño en sus heridas. Paso mis manos por las heridas de su pómulo. Decido
besarlo. Empiezo por el pómulo suavemente. Mis labios bajan despacio hasta
encontrarse con su cuello. Lleva barbita de dos días así que raspa un poco pero
me gusta sentir esa sensación en mis labios. Mientras tanto sentía como sus
manos masajeaban mi espalda desnuda.
Pasamos
así como diez minutos besándonos el uno al otro, acariciándonos… Finalmente
nuestros labios volvieron a encontrarse una última vez. Samuel llevó las manos
a su mesilla de noche. Oí como abría el cajón y el sonido del plástico entre
sus manos. ¿Estaba seguro de lo que iba a hacer? Pues claro. Más que de nada en
la vida. Quería compartir eso con alguien especial. Y Samuel era ese alguien
especial. No sabía por qué pero sentía que él era la persona con la que
compartiría el resto de mis días. Al menos mientras durasen.
Continué
besándolo en el cuello y en la cara muy cerca de los labios. Mis labios rozaban
la comisura de los suyos. Hice un ligero movimiento quitándome las sábanas y me
puse encima de Samuel. Por las rendijas de la persiana entraban algunas briznas
de luz que provenían de las farolas de la calle. Miré a los ojos de Samuel.
Parecían más verdes de lo que realmente eran. Vi como en sus ojos se reflejaban
los míos azules. Nuestros ojos se habían convertido en un solo par, nuestros
corazones se habían vuelto uno y nosotros nos habíamos fundido a la vez en uno
en este acto de amor. Estábamos compartiendo mucho más. Este sería el lazo que
uniría nuestros corazones por y para siempre. O al menos eso es lo que sentí en
aquel momento.
Nuestros
movimientos eran muy suaves. Samuel me
agarraba a la espalda con sus fuertes manos y me aferraba contra sí más y más.
Había ratos que sentirlo dentro me hacía daño, más de lo que me hubiese gustado,
pero poco me importaba. Yo quería a Sam. Quería estar con él. Tener una vida
con él. Sus movimientos eran lentos como los de un danzarín, lentos y delicados.
Quería que me sintiese a gusto. Podía sentirlo.
Los dos empezamos a subir el volumen de lo que hasta ahora habían sido gemidos camuflados de susurros. Un minuto después habíamos terminado. Así que esto es hacer el amor o, como comúnmente lo llaman, follar. No. Esto ha sido un acto de amor compartido entre dos personas que se quieren. O al menos eso creo. Por mi parte así era.
Al
terminar los dos acabamos boca arriba encima de la cama mirando al techo. Me
daba vergüenza decir algo después de eso. ¿Habría hecho bien? Mi corazón me
decía que sí. Y siempre hay que fiarse del corazón. O al menos eso decía mi
abuela. Samuel se giró para encender la luz. Nuestras miradas se encontraron
una vez más. El verde de sus ojos retomó el color natural que yo recordaba.
Estaría lleno de moretones y heridas pero Samuel me seguía pareciendo el chico
más guapo que nunca hubiese visto. Es como un ángel caído del cielo, su belleza
no es equiparable a la de ningún ser mortal. Vale, estoy empezando a desvariar.
Una
cosa era segura. Samuel me miraba de una manera especial. Una manera en que
nunca nadie lo había hecho. Nuestros labios se juntaron una vez más.
-
Gracias Alex – dijo cuando
sus labios se separaron de los míos. – Gracias por compartir algo tan especial
conmigo.
- No ha sido para tanto – vi que
la cara de Samuel se encogía. La había cagado. – Quiero decir que seguro que lo
has hecho con un montón de chicos y/o chicas. Realmente no sé si eres gay o…
- Para, para. Nunca me han
gustado las etiquetas. Una cosa está clara. Me gustas tú – esta vez fui yo el
que besó sus labios. – Y has de saber que es la primera vez que hago esto. Ni
con chicas ni con chicos. Estaba esperando a la persona adecuada.
- ¿Y yo soy esa persona?
- ¿Acaso crees que ha sido
todo un sueño? – Samuel se echó a reír.
- No es solo que…
- Eres adorable. Creo que tú
eres adorable – dice pasándome las manos por la cara suavemente -. Pensé que
nunca aparecería esa persona. Mil chicas lo han intentado pero siempre me
inventaba alguna excusa cuando me pedían salir. Y por fin apareciste tú.
- Entonces ¿no te gustan las
chicas?
- No. Puedes estar tranquilo.
A mí me gustas tú – volvemos a besarnos. – Te quiero.
- Y yo a ti.
El
reloj despertador marcaba las 20:48. Tenía que irme. ¿Cómo iba a explicárselo a
mi padre? Las excusas se me empezaban a acabar. Busqué mis calzoncillos por el
suelo de la habitación y me los puse. Me vestí con todo lo que había traído. O
eso pensaba. Samuel sostenía entre sus dedos mi pulsera. Es cierto, me la había
quitado para no hacerle daño. Era todo un juego de Samuel para que lo volviese
a besar. Tenía prisa por irme pero había algo que me preocupaba. En menos de un
mes haría las pruebas de acceso para la universidad. Si me aceptan en una de
las universidades en las que solicité plazas tendré que irme a mediados de
verano. No podré compartir más momentos con Samuel. Parece que toda nuestra
historia empieza y acaba aquí. Debí haberlo pensado antes de hacerlo con él.
Ahora casi me arrepiento. Estaré cuatro años fuera y sólo vendré para las
ocasiones especiales como Navidades, Acción de Gracias… Samuel empieza a
articular algunas palabras. O no. Aquí viene. Puedo preverlo.
-
Alexei ya que hemos hecho
esto. Me estaba preguntando. ¿Quieres salir conmigo? – aquí estaba la pregunta
del millón – Quiero decir como algo oficial. Ser mi novio, vaya.
- Créeme que quiero. De hecho
creo que eso es lo que pasaba en mis sueños durante los últimos dos meses pero…
No puedo.
Intenté
salir corriendo pero la mano de Samuel se aferró alrededor de mi muñeca. Notaba
como mis ojos empezaban a llenarse de lágrimas. Llevaba soñando con el momento
en que Samuel me pidiese salir un montón de tiempo y ahora que lo estaba
haciendo el cruel destino no me lo permitía. Si todo esto no hubiese pasado
antes quizás no habría solicitado plaza en ninguna de esas estúpidas
universidades. Podría estar con el chico al que quiero. Pero ahora eso no es
posible.
- ¿Cómo que no puedes? ¿Por
qué? ¿No te ha gustado?
- No. Quiero decir sí, ha
estado genial y me gustas mucho pero es solo que… - después de una pausa hablé
tan fuerte que asusté a Samuel – si me aceptan en la universidad tendré que
irme y no podré estar contigo.
- Puedes solicitar plaza en la
de Princeton.
- No… No puedo. La señora
Coates me sugirió que pidiese plaza en la Universidad de Oxford y lo he hecho.
- ¿Oxford?
- Es la mejor universidad para
un escritor.
- Pensaba que querías ser
periodista.
- ¿Cómo sab…
- Sammy me contó algunas
cosas.
- Bueno, pues nadie sabía que
quería ser escritor excepto la Señora Coates. Ahora tú también lo sabes.
- Bueno, pero podemos
intentarlo.
- Las relaciones a distancia
no funcionan.
- Nosotros haremos que
funcione. Lo prometo – terminó sellando su promesa con un beso
- Eso espero
Ya había anochecido cuando salí de la casa de Samuel.
Por suerte mi casa no está muy lejos. Las hojas de los árboles se zarandeaban
con el viento. Al igual que Samuel y yo, las hojas y el viento se habían
fundido en uno solo. Un solo ser. Un solo corazón.
Hacía frío para ser finales de mayo. Me arrepiento de
no haber cogido una chaqueta. Una pelota me golpea en la cabeza. Veo a un niño
y una niña aproximándose a mí. Les devuelvo la pelota con una sonrisa y los dos
continúan su camino como si nada hubiese pasado. Qué bonito era ser niño. Sin
ninguna preocupación.
¿Estaba seguro de lo de Samuel? Al fin y al cabo aún
tengo diecisiete años. No me gustaría estar atado a algo durante toda mi vida.
Pero sí estar atado a Samuel. El amor que sentía por él era más fuerte que todo
eso. No podía seguir ocultándolo. En cuanto entrase por la puerta pensaba
contárselo a mi padre. Igual ya no puedo inventarme muchas cosas más y Sammy
tampoco podía cubrirme toda la vida.
Estaba decidido y lleno de valor pero al ver la
incipiente nariz de mi padre asomando por la puerta cuando llegué me dio
bastante miedo. Me echó una buena bronca porque se acercaban los exámenes
finales y yo no estaba en casa estudiando sino que estaba en, y cito
textualmente, “paradero desconocido” además de que llevaban un buen rato
esperándome para cenar. Como siempre llego tarde del instituto y no solemos
comer juntos la tradición es cenar juntos. Pero hoy llegaba tarde.
Mi madre había preparado huevos revueltos y bacon
frito. La comida preferida de mi padre. Quizás eso suavizase un poco la
conversación. Se lo tengo que decir. Ahí voy.
-
Oye papá.
- Alexei Michael River te he
dicho mil veces que no me gusta que hablemos mientras estamos cenando.
- Ya pero esto es importante.
- Míralos como se regodean. No
sé como a la gente puede parecerle eso normal. No son más que desviados – dijo mi
padre con cara de asco al ver que en las noticias salía una referente al día
del orgullo gay. Esto va a acabar mal. – Pero, bueno si es tan importante.
Suéltalo.
- ¿Qué lo suelte? – la bestia
que vivía en mí, y que solo salía en ocasiones muy puntuales, empezó a cobrar
fuerza y más que soltarlo le escupí a mi padre las palabras en la cara -. Eres
un troglodita. Vivimos en el siglo XXI. El amor es amor. No puedo creer que
pienses así. Me das asco.
- ¿Eso era lo que me ibas a
decir?
- No. Lo que te iba a decir –
lo solté sin más – es que tu hijo es uno de esos “desviados” a los que con
tanto empeño odias. No he estado donde Sammy, papá. He estado en casa de un
chico. Porque adivina que… Sí papá me he enamorado de un chico. He estado con
él. Y le quiero. Porque soy gay.
Durante
un minuto el tiempo se detuvo. Nadie hablaba. El único sonido que se oía en
toda la cocina era el de las noticias en la televisión. La calma pasó pronto.
Oí un ruido estridente. Era el del plato de huevos y bacon de mi padre
estrellándose contra la pared.
Se
abalanzó sobre mí pero por suerte pude esquivarlo antes de que me agarrase.
Salí corriendo subí hasta mi cuarto y cerré la puerta. Usé una de las sillas
para que hiciera las veces de cerrojo. Desde dentro podía oír a mi madre
gritando el nombre de mi padre. Un golpe. Mi padre había golpeado a mi madre.
No podía hacer nada. Tenía que salir y ayudar a mi madre pero mi vida correría
peligro.
Nunca
le había visto reaccionar así. Nunca le había oído hacer ningún comentario
fuera de lugar acerca del tema. Ahora me veía tal y como realmente soy. Un
bicho raro. A sus ojos nunca más volveré a ser su hijo. Siento que lo he
decepcionado pero no puedo hacer nada. Por más que he tratado de luchar contra
este sentimiento no lo he vencido. Me gustan los chicos. Debo aprender a vivir
con ello.
Mi
padre seguía aporreando la puerta. Solo me quedaba una opción. Salir por la
ventana. Agarré mi mochila, cogí una de las sudaderas de mi armario y abrí la
ventana. Siempre me pareció que mi casa no era muy alta pero desde la ventana
las cosas eran diferentes. Habrá unos 5 metros. Sé que no parece mucho pero
desde aquí es diferente. Los puñetazos de mi padre hicieron que la madera de la
puerta cediese. No dejaba de gritar mi nombre. La paliza que los chicos del
equipo dieron a Samuel no sería nada con lo que me haría mi padre si me
cogiese. No podía pensármelo más. Salté.
Es
verdad eso de que cuando estás a punto de morir ves pasar toda tu vida delante
de los ojos. Aterricé en la hierba con el lado derecho. Me dolía mucho pero no
había tiempo para esto. Tenía que huir. Ir lejos. ¿Dónde iría? ¿Y si mi padre
se entera de que quería ser escritor? Lo poco que he escrito hasta ahora está
guardado en el cajón de mi escritorio. Al menos una parte. La otra la llevo
siempre en la mochila para cuando se me ocurren cosas de repente poder
apuntarlas. Mi padre iba a matarme cuando me agarrase.
Metí mi
mano en el bolsillo de mi pantalón. Al menos llevaba el móvil.
Dudaba haberlo
cogido con las prisas. Lo saqué y llamé a Samantha pero no recibí respuesta.
Así que decidí acercarme hasta su casa. No se veía luz desde fuera y cuando
llamé al timbre nadie abrió la puerta. No estaban en casa. ¿Dónde me iba a
meter? Sólo me quedaba una opción.
Pasé corriendo cerca de mi casa de nuevo.
Desde fuera se oía como mi padre discutía con mi madre. No se atrevería a
tocarla. Iba a entrar para ayudar a mi madre pero tenía la corazonada de que
haya no la tocaría, sin embargo a mí me colgaría del pescuezo.
Llegué
a esa casa que estaba a dos manzanas de la mía. Pasé el umbral de la puerta y
llamé al timbre. En menos de medio minuto sentí el pomo girarse. La puerta se
abrió y la luz de dentro de la casa iluminó mi cara y me permitió ver con
claridad. La mujer que estaba ante mí no pasaba los 40 años, iba vestida con un
camisón de flores y unas zapatillas verdes que hacían juego con el estampado.
En su cara apenas había arrugas. Su pelo era de un rubio brillante y sus ojos
eran inconfundibles. Esos ojos verdes iguales a los ojos en los que mi mirada
se había perdido unas horas antes. No cabía duda.
Era la
madre de Samuel.
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