domingo, 16 de marzo de 2014

Capítulo 6 de "My Sweet Lover"

Siento la tardanza. Esta semana ha sido muy complicada. Pero lo prometido es deuda y aquí está el capítulo 6. Espero que os guste

Capítulo 6
-       Yo también te quiero – contesté tímidamente con miedo de haberme imaginado sus palabras.

Teníamos que querernos. Íbamos a compartir algo muy íntimo y personal, o al menos yo iba a hacerlo. Nunca me había parado a preguntarme si Samuel lo habría hecho con otras personas. Sus labios rozaron mi hombro, y fueron bajando hasta el ombligo. Sus besos eran húmedos y pasionales. Sentí como el calor de sus labios me impregnaba. Fue subiendo de nuevo hasta que sus labios se encontraron con los míos.
Y
o quería tocarle, sentirle, besarle de la manera en que él lo había hecho. Pero ¿y si no soy la bastante bueno? ¿Qué pasará si no le gusta? Además podría hacerle daño en sus heridas. Paso mis manos por las heridas de su pómulo. Decido besarlo. Empiezo por el pómulo suavemente. Mis labios bajan despacio hasta encontrarse con su cuello. Lleva barbita de dos días así que raspa un poco pero me gusta sentir esa sensación en mis labios. Mientras tanto sentía como sus manos masajeaban mi espalda desnuda.

Pasamos así como diez minutos besándonos el uno al otro, acariciándonos… Finalmente nuestros labios volvieron a encontrarse una última vez. Samuel llevó las manos a su mesilla de noche. Oí como abría el cajón y el sonido del plástico entre sus manos. ¿Estaba seguro de lo que iba a hacer? Pues claro. Más que de nada en la vida. Quería compartir eso con alguien especial. Y Samuel era ese alguien especial. No sabía por qué pero sentía que él era la persona con la que compartiría el resto de mis días. Al menos mientras durasen.

Continué besándolo en el cuello y en la cara muy cerca de los labios. Mis labios rozaban la comisura de los suyos. Hice un ligero movimiento quitándome las sábanas y me puse encima de Samuel. Por las rendijas de la persiana entraban algunas briznas de luz que provenían de las farolas de la calle. Miré a los ojos de Samuel. Parecían más verdes de lo que realmente eran. Vi como en sus ojos se reflejaban los míos azules. Nuestros ojos se habían convertido en un solo par, nuestros corazones se habían vuelto uno y nosotros nos habíamos fundido a la vez en uno en este acto de amor. Estábamos compartiendo mucho más. Este sería el lazo que uniría nuestros corazones por y para siempre. O al menos eso es lo que sentí en aquel momento.

Nuestros movimientos eran muy suaves.  Samuel me agarraba a la espalda con sus fuertes manos y me aferraba contra sí más y más. Había ratos que sentirlo dentro me hacía daño, más de lo que me hubiese gustado, pero poco me importaba. Yo quería a Sam. Quería estar con él. Tener una vida con él. Sus movimientos eran lentos como los de un danzarín, lentos y delicados. Quería que me sintiese a gusto. Podía sentirlo.

Los dos empezamos a subir el volumen de lo que hasta ahora habían sido gemidos camuflados de susurros. Un minuto después habíamos terminado. Así que esto es hacer el amor o, como comúnmente lo llaman, follar. No. Esto ha sido un acto de amor compartido entre dos personas que se quieren. O al menos eso creo. Por mi parte así era.

Al terminar los dos acabamos boca arriba encima de la cama mirando al techo. Me daba vergüenza decir algo después de eso. ¿Habría hecho bien? Mi corazón me decía que sí. Y siempre hay que fiarse del corazón. O al menos eso decía mi abuela. Samuel se giró para encender la luz. Nuestras miradas se encontraron una vez más. El verde de sus ojos retomó el color natural que yo recordaba. Estaría lleno de moretones y heridas pero Samuel me seguía pareciendo el chico más guapo que nunca hubiese visto. Es como un ángel caído del cielo, su belleza no es equiparable a la de ningún ser mortal. Vale, estoy empezando a desvariar.

Una cosa era segura. Samuel me miraba de una manera especial. Una manera en que nunca nadie lo había hecho. Nuestros labios se juntaron una vez más.
-      
     Gracias Alex – dijo cuando sus labios se separaron de los míos. – Gracias por compartir algo tan especial conmigo.
-       No ha sido para tanto – vi que la cara de Samuel se encogía. La había cagado. – Quiero decir que seguro que lo has hecho con un montón de chicos y/o chicas. Realmente no sé si eres gay o…
-       Para, para. Nunca me han gustado las etiquetas. Una cosa está clara. Me gustas tú – esta vez fui yo el que besó sus labios. – Y has de saber que es la primera vez que hago esto. Ni con chicas ni con chicos. Estaba esperando a la persona adecuada.
-       ¿Y yo soy esa persona?
-       ¿Acaso crees que ha sido todo un sueño? – Samuel se echó a reír.
-       No es solo que…
-       Eres adorable. Creo que tú eres adorable – dice pasándome las manos por la cara suavemente -. Pensé que nunca aparecería esa persona. Mil chicas lo han intentado pero siempre me inventaba alguna excusa cuando me pedían salir. Y por fin apareciste tú.
-       Entonces ¿no te gustan las chicas?
-       No. Puedes estar tranquilo. A mí me gustas tú – volvemos a besarnos. – Te quiero.
-       Y yo a ti.

El reloj despertador marcaba las 20:48. Tenía que irme. ¿Cómo iba a explicárselo a mi padre? Las excusas se me empezaban a acabar. Busqué mis calzoncillos por el suelo de la habitación y me los puse. Me vestí con todo lo que había traído. O eso pensaba. Samuel sostenía entre sus dedos mi pulsera. Es cierto, me la había quitado para no hacerle daño. Era todo un juego de Samuel para que lo volviese a besar. Tenía prisa por irme pero había algo que me preocupaba. En menos de un mes haría las pruebas de acceso para la universidad. Si me aceptan en una de las universidades en las que solicité plazas tendré que irme a mediados de verano. No podré compartir más momentos con Samuel. Parece que toda nuestra historia empieza y acaba aquí. Debí haberlo pensado antes de hacerlo con él. Ahora casi me arrepiento. Estaré cuatro años fuera y sólo vendré para las ocasiones especiales como Navidades, Acción de Gracias… Samuel empieza a articular algunas palabras. O no. Aquí viene. Puedo preverlo.
-       
     Alexei ya que hemos hecho esto. Me estaba preguntando. ¿Quieres salir conmigo? – aquí estaba la pregunta del millón – Quiero decir como algo oficial. Ser mi novio, vaya.
-       Créeme que quiero. De hecho creo que eso es lo que pasaba en mis sueños durante los últimos dos meses pero… No puedo.
Intenté salir corriendo pero la mano de Samuel se aferró alrededor de mi muñeca. Notaba como mis ojos empezaban a llenarse de lágrimas. Llevaba soñando con el momento en que Samuel me pidiese salir un montón de tiempo y ahora que lo estaba haciendo el cruel destino no me lo permitía. Si todo esto no hubiese pasado antes quizás no habría solicitado plaza en ninguna de esas estúpidas universidades. Podría estar con el chico al que quiero. Pero ahora eso no es posible.
-       ¿Cómo que no puedes? ¿Por qué? ¿No te ha gustado?
-       No. Quiero decir sí, ha estado genial y me gustas mucho pero es solo que… - después de una pausa hablé tan fuerte que asusté a Samuel – si me aceptan en la universidad tendré que irme y no podré estar contigo.
-       Puedes solicitar plaza en la de Princeton.
-       No… No puedo. La señora Coates me sugirió que pidiese plaza en la Universidad de Oxford y lo he hecho.
-       ¿Oxford?
-       Es la mejor universidad para un escritor.
-       Pensaba que querías ser periodista.
-       ¿Cómo sab…
-       Sammy me contó algunas cosas.
-       Bueno, pues nadie sabía que quería ser escritor excepto la Señora Coates. Ahora tú también lo sabes.
-       Bueno, pero podemos intentarlo.
-       Las relaciones a distancia no funcionan.
-       Nosotros haremos que funcione. Lo prometo – terminó sellando su promesa con un beso
-       Eso espero

Ya había anochecido cuando salí de la casa de Samuel. Por suerte mi casa no está muy lejos. Las hojas de los árboles se zarandeaban con el viento. Al igual que Samuel y yo, las hojas y el viento se habían fundido en uno solo. Un solo ser. Un solo corazón.
Hacía frío para ser finales de mayo. Me arrepiento de no haber cogido una chaqueta. Una pelota me golpea en la cabeza. Veo a un niño y una niña aproximándose a mí. Les devuelvo la pelota con una sonrisa y los dos continúan su camino como si nada hubiese pasado. Qué bonito era ser niño. Sin ninguna preocupación.
¿Estaba seguro de lo de Samuel? Al fin y al cabo aún tengo diecisiete años. No me gustaría estar atado a algo durante toda mi vida. Pero sí estar atado a Samuel. El amor que sentía por él era más fuerte que todo eso. No podía seguir ocultándolo. En cuanto entrase por la puerta pensaba contárselo a mi padre. Igual ya no puedo inventarme muchas cosas más y Sammy tampoco podía cubrirme toda la vida.
Estaba decidido y lleno de valor pero al ver la incipiente nariz de mi padre asomando por la puerta cuando llegué me dio bastante miedo. Me echó una buena bronca porque se acercaban los exámenes finales y yo no estaba en casa estudiando sino que estaba en, y cito textualmente, “paradero desconocido” además de que llevaban un buen rato esperándome para cenar. Como siempre llego tarde del instituto y no solemos comer juntos la tradición es cenar juntos. Pero hoy llegaba tarde.
Mi madre había preparado huevos revueltos y bacon frito. La comida preferida de mi padre. Quizás eso suavizase un poco la conversación. Se lo tengo que decir. Ahí voy.
-      
     Oye papá.
-       Alexei Michael River te he dicho mil veces que no me gusta que hablemos mientras estamos cenando.
-       Ya pero esto es importante.
-       Míralos como se regodean. No sé como a la gente puede parecerle eso normal. No son más que desviados – dijo mi padre con cara de asco al ver que en las noticias salía una referente al día del orgullo gay. Esto va a acabar mal. – Pero, bueno si es tan importante. Suéltalo.
-       ¿Qué lo suelte? – la bestia que vivía en mí, y que solo salía en ocasiones muy puntuales, empezó a cobrar fuerza y más que soltarlo le escupí a mi padre las palabras en la cara -. Eres un troglodita. Vivimos en el siglo XXI. El amor es amor. No puedo creer que pienses así. Me das asco.
-       ¿Eso era lo que me ibas a decir?
-       No. Lo que te iba a decir – lo solté sin más – es que tu hijo es uno de esos “desviados” a los que con tanto empeño odias. No he estado donde Sammy, papá. He estado en casa de un chico. Porque adivina que… Sí papá me he enamorado de un chico. He estado con él. Y le quiero. Porque soy gay.
Durante un minuto el tiempo se detuvo. Nadie hablaba. El único sonido que se oía en toda la cocina era el de las noticias en la televisión. La calma pasó pronto. Oí un ruido estridente. Era el del plato de huevos y bacon de mi padre estrellándose contra la pared.

Se abalanzó sobre mí pero por suerte pude esquivarlo antes de que me agarrase. Salí corriendo subí hasta mi cuarto y cerré la puerta. Usé una de las sillas para que hiciera las veces de cerrojo. Desde dentro podía oír a mi madre gritando el nombre de mi padre. Un golpe. Mi padre había golpeado a mi madre. No podía hacer nada. Tenía que salir y ayudar a mi madre pero mi vida correría peligro.

Nunca le había visto reaccionar así. Nunca le había oído hacer ningún comentario fuera de lugar acerca del tema. Ahora me veía tal y como realmente soy. Un bicho raro. A sus ojos nunca más volveré a ser su hijo. Siento que lo he decepcionado pero no puedo hacer nada. Por más que he tratado de luchar contra este sentimiento no lo he vencido. Me gustan los chicos. Debo aprender a vivir con ello.

Mi padre seguía aporreando la puerta. Solo me quedaba una opción. Salir por la ventana. Agarré mi mochila, cogí una de las sudaderas de mi armario y abrí la ventana. Siempre me pareció que mi casa no era muy alta pero desde la ventana las cosas eran diferentes. Habrá unos 5 metros. Sé que no parece mucho pero desde aquí es diferente. Los puñetazos de mi padre hicieron que la madera de la puerta cediese. No dejaba de gritar mi nombre. La paliza que los chicos del equipo dieron a Samuel no sería nada con lo que me haría mi padre si me cogiese. No podía pensármelo más. Salté.

Es verdad eso de que cuando estás a punto de morir ves pasar toda tu vida delante de los ojos. Aterricé en la hierba con el lado derecho. Me dolía mucho pero no había tiempo para esto. Tenía que huir. Ir lejos. ¿Dónde iría? ¿Y si mi padre se entera de que quería ser escritor? Lo poco que he escrito hasta ahora está guardado en el cajón de mi escritorio. Al menos una parte. La otra la llevo siempre en la mochila para cuando se me ocurren cosas de repente poder apuntarlas. Mi padre iba a matarme cuando me agarrase.
Metí mi mano en el bolsillo de mi pantalón. Al menos llevaba el móvil. 

Dudaba haberlo cogido con las prisas. Lo saqué y llamé a Samantha pero no recibí respuesta. Así que decidí acercarme hasta su casa. No se veía luz desde fuera y cuando llamé al timbre nadie abrió la puerta. No estaban en casa. ¿Dónde me iba a meter? Sólo me quedaba una opción.

Pasé corriendo cerca de mi casa de nuevo. Desde fuera se oía como mi padre discutía con mi madre. No se atrevería a tocarla. Iba a entrar para ayudar a mi madre pero tenía la corazonada de que haya no la tocaría, sin embargo a mí me colgaría del pescuezo.

Llegué a esa casa que estaba a dos manzanas de la mía. Pasé el umbral de la puerta y llamé al timbre. En menos de medio minuto sentí el pomo girarse. La puerta se abrió y la luz de dentro de la casa iluminó mi cara y me permitió ver con claridad. La mujer que estaba ante mí no pasaba los 40 años, iba vestida con un camisón de flores y unas zapatillas verdes que hacían juego con el estampado. En su cara apenas había arrugas. Su pelo era de un rubio brillante y sus ojos eran inconfundibles. Esos ojos verdes iguales a los ojos en los que mi mirada se había perdido unas horas antes. No cabía duda.


Era la madre de Samuel.

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