Capítulo
3
Sólo quedaba una semana
para tener que volver a Princeton y la verdad es que no me apetecía hacer nada
con mi vida. Estaba algo deprimido y no sabía exactamente el porqué. Lo único
que me apetecía era tumbarme en mi cama, con mi música e incluso en algunos
momentos llorar.
No podía dejar de pensar
en mi padre y su comportamiento contra mí. No lo aceptaría nunca. Y digo yo
¿qué más dará con quién me acuesto? Hombre o mujer, no importa. Creo que en el
fondo esperaba que cuando se lo contase me diría eso de “lo importante es tu
felicidad, y eres mi hijo te voy a querer igualmente” pero esa frase nunca
llegó. Quizá la culpa fue mía por hacerlo de forma fortuita y no habiéndome
sentado a hablar con él y decirles “papá, mamá tengo algo que contaros”. Ya no
podía dar vuelta atrás. La había cagado y tenía que asumirlo.
Los auriculares
empezaban a hacerme daño en las orejas, pues llevaba con ellos en la cabeza
unas cinco horas. Sólo había salido de mi cuarto en dos ocasiones. Una para ir
al baño. La otra fue para bajar a la cocina a por comida cuando mi madre y mi
hermana se fueron. Sí, esperé a que se fueran porque no me apetecía
cruzármelas. De hecho, no me apetecía cruzarme con nadie aquel día.
Así que allí estaba
tumbado en mi cama, la luz de la calle menguaba cada vez más. Tenía encima de
la cama una bolsa de patatas fritas a las que iba echando el guante de vez en
cuando para saciar el hambre y en un vaso con batido de fresa y plátano para
hidratarme. En aquel estado y con la lista de reproducción que tenía puesta me
pasé la mitad de las cinco horas llorando a moco tendido. Ese día tampoco logré
escribir gran cosa, la inspiración no me salía.
Lo único que conseguía escribir era que el protagonista caía en una
profunda depresión de caballo que hacía que el malvado le rebajase distancia
hasta conseguir encontrarlo y matarlo. Y no podía permitir eso cuando no
llevaba ni 60 hojas escritas. Iba a ser muy jodido acabar a tiempo para que el
señor Grint consiguiese que me lo publicasen.
No tenía conectada la
red a internet en el móvil, tampoco quería saber de lo que estaba hablando la
gente. En ese momento solo me preocupaba recordar la letra entera de I’ll stand
by you la famosa canción de The Pretenders. Escuchando música como esa no me
extrañaba nada que estuviese hecho una mierda, pero ¿nunca habéis sentido la
imperiosa necesidad de escuchar música lenta e incluso triste cuando estáis un
poco de bajón? A lo mejor soy la única persona en el mundo que hace eso, aunque
francamente no lo creo.
La ventana de mi cuarto
estaba abierta y entraba el aire que de vez en cuando azotaba en mi cara, sin
embargo, no era lo único que entraba. En esa tarde había matado a tres moscas,
cuatro mosquitos y dos abejas. Yo que les dejo libertad y ellos se quieren
encerrar en mi cuarto ¿Le veis la lógica?
Estaba algo filosófico
aquella tarde, para que nos vamos a engañar.
Cuando me cansaba de
estar tumbado me levantaba y mientras cantaba a grito pelado me ponía a ordenar
mis libros. Aquella tarde lo hice tres veces. La primera por criterio de gusto,
pero quedo un batiburrillo de cosas en la estantería y el primer libro de una
saga podía aparecer separado hasta tres o cuatro baldas de otro de la misma
saga. La segunda fue por colores y la variación fue mucho mayor que la vez anterior.
Aquello era una locura. La tercera decidí usar el nombre generalizado de la
saga y con ello, ordenarlos en orden alfabético. Me gustaba como había quedado.
¿Tardaría mucho en volver a cambiarlo? Puede que sí o puede que no ¿Quién sabe?
Solo quedaba una semana
y yo estaba pasando mis días metido en mi cama, llorando en ocasiones y con
música. Esto no es lo que deben hacer los chicos jóvenes de hoy en día.
De repente la música se
calló en seco. Agarré el móvil. Allí estaba el motivo por el que la música había
dejado de sonar. Alguien me estaba llamando. Miré a la pantalla. Como no podía
ser de otra manera allí vi el nombre de mi novio “Samuel <3” y en el fondo una preciosa foto suya. Tenía
suerte de haber encontrado un novio tan guapo como él. La verdad no me apetecía hablar con él, pero
teniendo en cuenta que había estado toda la tarde desaparecido le debía una
explicación.
- Hola
Samuel – dije al descolgar
- Alex
¿estás bien cariño?
- Sí,
claro.
- ¿Seguro?
- Claro
que sí – un pitido sonó en mi oreja, sin embargo, seguí hablando – bueno, a lo
mejor he estado un poco flojerillas hoy pero de verdad que no me pasa nada. Lo
siento por no haberte hecho apenas caso en todo el día pero estaba algo
despegado del móvil, técnicamente, porque no lo estaba usando sino para la música.
Y bueno ¿qué tal tú?
Esperé unos segundos sin conseguir ninguna respuesta.
Miré la pantalla del teléfono y vi que estaba todo negro. Eso debería haber
sido el pitido que escuché. Mi móvil se había quedado sin batería.
«Joder» pensé. Ahora que justo estaba hablando con
Samuel…Espero que no se pensase que lo había colgado. No podía pensar eso, pues
yo seguí hablando, no es como si él estuviese hablando y como no me apetecía
escucharle le colgué. No. Yo seguí hablando hasta que mi móvil se apagó.
¿Un momento? ¿Qué hago perdiendo el tiempo? El hombre de
mi vida estará pegado al teléfono deseoso de saber lo que ha pasado. Corrí al
cajón de mi escritorio e intenté sacar de él el cargador de mi móvil. Como
siempre, cuanto más deprisa más despacio. El cable estaba enrollado con otras
mil cosas que tenía dentro de aquel cajón. En vez de reordenar mis libros tres
veces podría haber dedicado mis ratos de aburrimiento a ordenar aquel cajón.
Cuando conseguí desenrollarlo lo conecté. Como venía
siendo costumbre cuanto más rápido querías que fuese el móvil, más lento
parecía funcionar. Conseguí encenderlo y
empezaron a llegarme notificaciones de llamadas perdidas. Tenía 6. Todas de
Sam.
Le di al botoncito que rezaba “contactos” y ahí busqué su
nombre. Lo llamé.
- Samuel
lo siento se me había apagado el móvil. Llevaba toda la tarde con la música y
había perdido la noción de…
- Tranquilízate
Alex. Sólo quería saber si estabas bien. Respira amor.
- Te
quiero – exclamé entre jadeos -. Te quiero mucho, – repetí – pero necesitaba
una tarde solo, con mis pensamientos.
- ¿Has
estado escribiendo?
- No, no salía nada bueno. Solo – suspiré – tumbado
en la cama y escuchando canciones…tristes.
- ¿Tristes?
- Sí.
- ¿Por
qué?
- No lo
sé.
- Oye,
¿te importa si voy a verte y robo un poco de tu soledad?
- Por
supuesto que no.
Diez minutos después lo tenía en la puerta de mi casa. Le
invité a pasar y como siempre le dirigí mi brazo hacia las escaleras pero por
lo visto había empezado a llover en la calle por lo que había tenido que echar
a correr y venia exhausto. En cuanto alcanzó mi nevera agarró la botella de
agua de 2l y se la bebió casi entera.
- Luego
te va a doler el estómago, pero eres tan
adorable
Me acerqué a él y comencé a acariciarle el pelo
lentamente. Estaba mojado y sedoso. Mis dedos se enredaron entre sus rubios
cabellos. Me abalancé sobre él y le besé. La botella se le cayó de las manos,
por suerte cuando cayó ya estaba vacia.
Nos besamos con fuerza durante un tiempo. Me agarró de la
cadera y me subió encima de la encimera. En lo sucesivo, tuve que agacharme un
poco, bueno no exactamente, sino que tenía que inclinarme sentado en la
encimera para poder llegar a besarlo a pesar de que él era un chico bastante alto.
Estaba claro que sabía mis puntos débiles. Le sorprendí besándome en el cuello. Me era muy difícil
resistirme a aquello. Si en la
universidad algún día me hiciesen uno de esos tontos cuestionarios y una
pregunta fuese “¿cuál es tu debilidad?” la respuesta, posiblemente, sería “los besos en el cuello que me da mi novio”.
- Ejem
ejem – me giré para escuchar de quién era esa tos tan familiar - ¿Molestamos?
- Mamá,
Valerie… No. Sam ha venido a verme y tenía sed así que vinimos a que bebiese un
poco de agua.
- ¿Te
quedas a cenar Sam? – le preguntó mi hermana.
- Vale.
Salimos de la cocina y subimos apresuradamente a mi
cuarto. Nos tumbamos en la cama, pero me negaba a hacer nada fuera de lugar con
mi familia ahí abajo. Habitualmente me relaja bastante el simple hecho de mirar
al techo.
- Alex
ahora enserio ¿qué te pasa? ¿Es porque tienes que volver a Princeton?
- No, me
encanta aquello aunque os eche muchísimo de menos. Es solo que…
- ¿Sí?
- Odio
estar así con mi padre. ¿Qué más dará si me gustan los tíos o las tías? Es como
si odiases a alguien porque no le guste el tomate y a ti te encante…
- Hay
gente que está muy atrasada, cariño. No te preocupas, acabará aceptándolo. Es
tu padre. Al principio cuesta mucho, bueno, no a todos, a mi madre le encantó
la idea. Pero no todos son iguales. Debes darle tiempo. Que lo asimile y cuando
ese día llegué podrás abrazar de nuevo a tu padre de la manera en que lo
hiciste anteriormente.
- Gracias
Samuel. No sabes cuánto te quiero.
Apoyé mi cabeza y mi mano izquierda sobre su pecho.
Aquello me daba todo el calor y la fuerza que necesitaba para poder continuar
con mi vida.
Ahora sabía que por muchos muros que se pusieran en mi
camino era lo suficientemente fuerte como para derribarlos.
Agarré entre mis manos el bolígrafo que colgaba de mi cuello
y una palabra se dibujó en el aire.
Valor.
Y allí, sobre el pecho de Samuel cerré mis ojos y
encontré una paz que nunca más encontraría.