sábado, 27 de agosto de 2016

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¿Soy la única persona cuyo cerebro vive en un estado de duda constante?

Siento como si en infinidad de ocasiones me asaltasen las dudas y los sentimientos de mi corazón regurgitasen en mi interior como las abejas de un panal que trabajan juntas para conseguir la miel.

En mi estómago no siento mariposas, lindos animales de colores que vuelan sin hacer daño a nadie, simplemente aportando belleza cromática a este mundo que yo percibo tan gris.

En mi estómago, siento abejas asesinas de las que clavan el aguijón e impregnan hasta la última gota de sangre de veneno. Un aguijón que se siente como mil espinas en el corazón. Ni el más impresionante remedio podría curarlo. Pues nada puede sanar un corazón roto.

A percepción de las demás personas costaría decir que mi cerebro está en continuo funcionamiento, intentando resolver las dudas y misterios que asolan mi corazón, ya que no permito que nadie vea en mi cara algo que no sea la más optimista de las sonrisas, tan optimista que sería capaz de curar hasta la más peligrosa enfermedad.

Sin embargo, tengo miedo. ¿Y si no soy lo que se espera de mí? ¿Y si no soy igual a los demás? ¿Y si…? ¡Un momento! Ese es el problema. No soy igual a los demás. Da miedo, en ocasiones, hablar por miedo a que los demás te rechacen, que se rían de ti o se metan contigo por el simple hecho de tener pensamientos y/o gustos diferentes.

Un pensamiento. Un sueño. Un molinillo de viento que se escapa por la ventana con todas mis esperanzas entre sus finas y blancas ramas de algodón.

Volvamos a lo anterior. ¿Y si no caigo bien? ¿Y si fracaso? ¿Y si me caigo y no recuerdo cómo mover mis piernas para volver a levantarme? ¿Y si me confundo a mí mismo? ¿Y si confundo a los demás? ¿Y si lo que pienso que es amistad es amor? ¿Y si pienso que lo que es amor es, en realidad, amistad? ¿Es este mi sitio? ¿Es esto lo que realmente quiero?

Ojalá pudiese encontrar las respuestas. Pero no es así. Las respuestas están ocultas en una caja fuerte cuya contraseña desconozco, en material de titanio imposible de romper por mis propios medios.

¿Necesito salir?

¿Necesito huir?

 ¿Qué necesito?

No me gustaría que nadie se equivoque por mis besos, por mis abrazos. Es algo que necesito. El gigante que vive dentro de mí minimiza su tamaño hasta reducirse a cenizas cuando siento que alguien me protege.

Un abrazo cálido y duradero. El olor de la otra persona. Dos besos, uno en cada una de las rosadas mejillas de la otra persona; a la altura de los pómulos.

Una mirada.

Y es entonces cuando viene la confusión.

Una oscuridad dentro de mí en la que caigo cada vez que duermo y aparece uno de mis sueños malvados. El monstruo.

¿Es mío el problema?

Debería dejar de pensar, de dar vueltas a todo. Al final voy a terminar mareado y entonces sí que me será imposible encontrar la salida de mis pensamientos. Dejar que se esfumen como el humo de un cigarrillo se consume a los segundos de ser expirado y encontrarse con la frialdad del mundo.


La última de mis dudas es… ¿cómo?