martes, 30 de diciembre de 2014

Lo que trajo el 2014




Reflexión sobre lo que he aprendido este 2014:
Pase lo que pase, bueno, malo, maravilloso o catastrófico, solo hemos de quedarnos con lo positivo de la vida y sonreír. ¿Te has caído? Piensa que cuando te levantes serás más fuerte. ¿Te han roto el corazón? No te martirices, llores, y vayas buscándolo y viéndolo por las esquinas haciendo que hasta el más simple piar de un pajarillo te recuerda a esa persona; recuerda lo que vivistéis juntos y piensa en lo que pudo haber sido y no fue, pero siempre con una sonrisa. Échale valor a la vida y persigue tus sueños y si alguien te dice 'Las posibilidades son de una entre un millón' no te amedrentes, levanta la cabeza y grita 'Yo voy a ser esa una'.
Ten voluntad y fuerza. Persigue tus sueños. No llores si discutes con tu familia, tus amigos, o con quién sea, el abrazo que acompañe al 'Lo siento' de después es lo más gratificante del mundo.
Halla tu felicidad hasta en lo más nimio, la sensación de manos frías, el viento azotándote a la cara, el sonido de una cascada, el olor de un parque, una canción...
Pero ante todo valora a los que tienes a tu alrededor, te apoyan y te quieren, esos serán los pilares que te ayudarán a construir tu propia vida.
Sonríele a la vida y ten valor, así el nuevo año que entra será maravilloso. No lo dudes.
                                                             
                                                                   FDO: Un soñador


sábado, 27 de diciembre de 2014

Capítulo 4 de Beyond My Sweet Lover

Os dije que tendrías nueva entrada y tenéis nueva entrada, si bien mi idea era que fuese una cuarta reflexión pero puesto que Alexei y Samuel no habían tenido su navidad como dios manda, y aprovechando estas fechas y que el otro día encontré dos fotos que me hicieron recordar lo que siento cuando escribo sobre la historia de mis dos niños pues... ¡MY SWEET LOVER VUELVE A CASA POR NAVIDAD! Esta vez con un capítulo navideño que espero disfrutéis. Aprovecho también para felicitaros las fiestas a todos y desearos y muy feliz año nuevo y que ya nos veremos por aquí, posiblemente el 1 de enero cuando no esté hasta arriba de exámenes, aunque no descarto la posibilidad de una cuarta entrada de reflexiones en enero, habrá que ver como se desarrollan los acontecimientos. Sin mas dilación disfrutad:




Capítulo 4
23 de diciembre de 2013. Hora de volver a Princeton para mis primeras vacaciones de Navidad desde que empecé en la universidad. Sería una gran sorpresa para mi madre y mi hermana, o al menos eso esperaba. Les dije que no volvería hasta el día 27. Pensaban que tendrían que pasar la Nochebuena ellas solas. Él que si sabía de mi, para él no tan repentina, llegada era Samuel. A él se lo dije por teléfono. Tenía unas ganas inmensas de reencontrarme por fin con él y pasar juntos nuestras primeras navidades. En la mochila llevaba bien envuelto el regalo que le había comprado. Esperaba que le gustase pues me había demorado más de lo que nunca hubiese pensado encontrar algo tan sencillo como aquello.

El jardín de mi casa estaba todo blanco, de hecho todo Princeton estaba cubierto de nieve, algo extraño teniendo en cuenta que allí casi nunca nevaba. No obstante, siempre me ha encantado la idea de ver nieve por navidad, es como si le diese un toque más navideño al ambiente ¿no creéis? Había un muñeco de nieve que mediría casi metro y medio sonriéndome con su boca hecha a base de botones de camisas. La zanahoria que simulaba su nariz estaba casi completamente congelada.
En el tejado y los alrededores de la casa mi madre lo había llenado todo con luces de distintos colores y con cintas. Si eso era el exterior no quería imaginarme lo que podía encontrarme dentro de la casa.

En cuanto entré por la puerta mi hermana se me tiró al cuello.

-       Mamá, he vuelto – grité.
-       ¿Alexei? – en su cara se podía adivinar el asombro del que era presa -. ¿Qué estás haciendo tú aquí? Pensábamos que no llegarías hasta el día 27.
-       Y así era, en principio – mentí -. Pero me he adelantado – dije intentando quitarme a mi hermanita de encima -.
-       ¿Vas a pasar la Nochebuena con nosotras Alex?
-       Por supuesto Valerie. ¡Oh dios! ¿Cómo has podido crecer tanto en tan poco tiempo?
-       Ven hermanito – me agarró con fuerza de la mano y tiró de mí para que la siguiese – voy a enseñarte como hemos decorado la casa.
Lo que os decía, si por fuera parecía un escenario lleno de luces para el próximo concierto de Lady Gaga el interior era aún peor. Amo la navidad y todos los adornos navideños, pero eso era pasarse. Mi casa estaba algo sobrecargada pero mi hermana estaba tan feliz que merecía la pena.
-       Oye mamá – dije volviendo al cuarto de estar -.
-       ¿Sí?
-       ¿Te importa si viene Samuel a cenar con nosotros en Nochebuena? Su madre me ha invitado a cenar con ellos en Nochevieja y se me había ocurrido que…
-       ¡Por supuesto hijo! – exclamó con una sonrisa en la cara que se fue desdibujando - ¡Oh, no!
-       ¿Qué pasa?
-       Pues, que pensaba que cenaríamos Valerie y yo solas por eso el pavo que he comprado es uno pequeño, ni siquiera contaba con que tú vinieses.

A pesar de que le dije que a Samuel y a mí no nos importaba comer pizza, salchichas, huevos fritos o algo rápido, su insistencia fue aún mayor y me dio dinero para que fuese a comprar un pavo más grande.
Cogí mi teléfono y llamé a Samuel. Quizá sería por las ganas de verlo y poder tocarlo pero me saludó con un ronco “Ey campeón” lo que hizo que dentro del estómago se me revolviese algo. Le dije que podía acompañarme a hacer algunas compras navideñas y accedió encantado.

Quedaban menos de cinco minutos para que Samuel llegase a mi casa y aún no estaba preparado. El viaje me había dejado algo exhausto y mi olor no era precisamente el de un campo de rosas por lo que decidí darme una ducha. El olor del cansancio cambió por la frescura del gel de baño con aceites naturales. Rociarme con desodorante y agua de colonia en cantidades industriales también funcionó un poco. Se me acabó echando el tiempo encima. Además trataba de peinar el remolino de mi pelo pero era algo así como imposible. Y por imposible lo dejé. Gracias a dios tengo un novio según el cual “es sexy ver a un chico con el pelo despeinado”. Me miré en el espejo. Al menos mis ojos seguían siendo del mismo azul, por lo demás cualquiera habría dicho que se encontraba frente a Alexei River.

Escuché el timbre en la planta de abajo y a mi novio felicitándoles las fiestas a mi madre y mi hermana. Salí corriendo escaleras abajo. Allí estaba él con su abrigo marrón y una preciosa azul marino. Siempre me había encantado la manera en la que combinaba los colores.
Estaba llegando junto a él cuando tropecé con una de las tablas sueltas del suelo, por suerte él estaba allí para agarrarme. Mierda. Otra vez vuelvo a ser la damisela en apuros.

-       Hola Alexei – dijo entre risas - ¿estás bien?
-       Perfecto – atisbé colocándome la ropa - ¿Nos vamos?
-       Casi mejor si coges una chaqueta ¿no crees? Estamos a unos 3 grados bajo cero.
-       Sí. Claro.
Estas situaciones eran muy comunes entre nosotros, yo creaba algún desastre natural y él se reía y me ayudaba a solucionarlo.
El mercado no pillaba muy lejos así que decidimos que podríamos ir caminando. Las prisas no son nada buenas, había olvidado los guantes en casa. Él se dio cuenta de ese detalle cuando me vio refrotarme una mano contra la otra para que entrasen en calor. Lo que venía después sí que no lo esperaba para nada. Samuel agarró con su mano derecha la mía izquierda.
-       Puedes meter tu otra mano en el bolsillo y yo me encargaré de calentar esta. Así no tendrás frío.
-       Gracias.

Después de toda la mañana por ahí compramos el pavo que me había ordenado mi madre y él compró algunos adornos para su casa desde guirnaldas de distintas colores, muérdago, lucecitas de colores hasta bolitas para decorar el árbol. Las luces eran muy curiosas tenían la forma de racimos de uvas. Me invitó a pasar la tarde en su casa para que pudiese ayudarlos a él y a su madre a decorar. Con todo lo que había pasado casi se me olvida proponerle que viniese a cenar a mi casa por  Nochebuena. Como un rayo de esperanza, me dijo que sí que le encantaría porque además su madre no podría estar en casa ese día y él habría tenido que pasarlo solo.
La tarde en su casa fue absolutamente genial. Al contrario que en la mía que solo nos limitábamos a decorar, su madre tenía un disco recopilatorio con las mejores canciones de navidad de los últimos cincuenta años. Podía reconocer algunas. Extraordinary Merry Christmas, My favorite things o el gran clásico O Holy Night.

Al ritmo de la voz de Mariah Carey y su All I want for christmas is you acabamos de montar el árbol de navidad mientras su madre ponía las últimas cintas por los cuadrados. Usó una dorada para rodear la foto de Sam con su padre, como si fuese una especie de corona. Samuel se subió a un pequeño banquito para llegar a lo alto del árbol a colocar la estrella. En esos momentos le hubiese dicho que a aquel árbol no le hacía falta una estrella porque en ya había una en la casa que lo iluminaba pero tampoco quería ser excesivamente cursi.

Ya no quedaba nada. Todo estaba preparado para recibir la navidad dos días después.

-       Bueno, ya hemos terminado creo que es hora de sacar el disco del reproductor.
-       No, espera mamá. Aún le queda una canción y es la preferida de Alex de navidad.

Los primeros acordes de Last Christmas empezaron a sonar con suavidad.
-       
Es verdad, me encanta esta canción es de Wham – fijé mi mirada en los ojos de Sam - ¿Pero cómo lo has sabido?
-       Lo mencionaste un día. ¿Recuerdas?

Para mi sorpresa del lado de uno de los sillones de su casa cogió la guitarra, se sentó en la banqueta que usó para llegar a lo alto del árbol y empezó a tocar la canción. Estaba tan encandilado que apenas me había dado cuenta de que me estaba haciendo signos para que yo cantase la letra de la canción. Por norma general, yo escribo,   y es él quién se dedica a tocar la guitarra y cantar. Su voz se asemeja a la de un ángel la mía es más bien como la de una señora que acaba de pisar la caca de un perro en medio de la calle.
A pesar de eso canté todas y cada una de las palabras de la canción, porque obviamente me la sabía enterita. Mientras cantaba no dejaba de rodear una y otra vez a Samuel y mirarlo. Cuando la canción acabó, dejó su guitarra en el mismo sitio de donde la había cogido y aplaudió además de hacer ciertos vítores como si se tratase de un escenario repleto de público.

-       Que idiota eres. Pero eres mi idiota y te quiero.

Me puse detrás de él y me tiré encima mientras él me agarraba de las piernas justo por debajo de los glúteos. Bajé mi cabeza y le di un beso en el cuello. Agarrado me llevó hasta el lugar debajo de la lámpara que colgaba del techo de su sala de estar y lo iluminaba todo. Me obligó a bajar y ponerme frente a él. Me agarró de las manos y clavó sus ojos en los míos, entonces dirigió la mirada ligeramente hacia arriba. De una de las ramificaciones de la lámpara colgaban unas hojas de muérdago.

-       Sé cuánto te gusta seguir las tradiciones.
-       Sabes que la tradición es que el muérdago esté en la puerta y no colgando de la lámpara ¿verdad?
-       Bésame y cierra el pico.

No pude resistirme a su orden y allí bajo la luz de la lámpara nuestros labios se juntaron. No quería que nadie me quitase aquel sentimiento. Nunca.

Cuando empezó a caer la noche decidimos quedar con Samantha para ir a ver la plaza del pueblo que estaba preciosa e ir a la pista de patinaje. Maldita la hora en que a los dos se les ocurrió la idea. Soy nefasto para patinar. Me caí tantas veces que hasta el receptor que da los patines se estaba partiendo de risa cada vez que me caía.

Creo que se dejó de reír en el momento en que Samuel me agarró de la mano para que patinásemos juntos y le eché una mirada asesina. Lo único bueno que salió de aquello fue la foto que Samantha nos hizo a Samuel y a mí besándonos en medio de la pista, foto que ahora uso con salvapantallas en el móvil.

Acompañamos a Sammy a su casa y yo dejé a Samuel en la suya. Al día siguiente era Nochebuena y tenía que descansar.

Al despertar podía oler el pavo y los demás platos que mi madre estaba preparando para esa noche. No sé como sabría pero olía delicioso.

Llegó la hora de la cena. Samuel había llegado cinco minutos antes de lo que habíamos quedado. Él siempre tan precavido. Llevaba una camisa de cuadros azul y blanca, una corbata de color cobalto y un blazzer azul marino. Estaba precioso.

Estábamos Valerie, Samuel y yo, los tres sentados en la mesa esperando a que mamá trajese el pavo. Aunque no sabía si después de todo lo que habíamos comido ya me entraría algo más.

-       ¿Mamá estás bien? – dije al verla sollozar con la bandeja en la mano.
-       Sí, estoy bien. Es solo que es la primera Nochebuena en muchos años sin tu padre.
-       ¿Lo sigues queriendo verdad?
-       Alexei no puedes hacerme esto – el comedor se quedó en silencio durante un rato. Samuel abrió la boca para decirme algo pero decidió dejar a mi madre continuar -. Claro que sigo queriendo a tu padre. Le he invitado a cenar, ya que con el pavo que compraste había comida suficiente. Pero se ha negado a venir si estabas tú. Y más si estaba él – sus ojos se fijaron en Samuel cuando dijo la última frase.
-       Creo que será mejor que me vaya – exclamó Samuel dejando la servilleta con fuerza encima de la mesa.
-       No, Samuel no es por ti.
-       Siento haberle causado molestias señora River.
-       Samuel espera – salí corriendo tras él gritando su nombre.
-       Lo siento Samuel, no se lo tengas en cuenta – le besé.
-       Samuel, Alexei – gritó mi madre desde el umbral de la  puerta -. Volved dentro.

Mi madre se disculpó con ambos y finalmente acabamos con la cena todos juntos. Cuando la hora nos fuimos a dormir. Yo dormía en mi cama con Samuel. Y no, no hicimos nada, pues me daba reparo con mi madre y mi hermana en casa.

Al despertar le entregué el collar de cuero que le había comprado por navidad. Él a mí me había comprado una pulsera. Pareciera como si lo hubiésemos hecho adrede porque íbamos conjuntados.

Durante la semana aprovechamos al máximo los momentos para estar juntos y antes de que me diese cuenta ya había llegado el día de Nochevieja. 

Ya tenía elegido lo que me pondría aquel día. Camisa negra, blazzer negro con el ribete rojo, una preciosa corbata color burdeos.

Fue su madre quién me abrió la puerta de su casa.

-       Buenas noches, señora Corshion.
-       Buenas noches, Alexei. Qué guapo estás.
-       Gracias.
-       Hola, cariño – se aproximó con cuidado y me besó con suavidad.
-       Bien, vamos a cenar antes de que se enfríe.

La madre de Samuel cocinaba mejor de lo que pudiera haberme imaginado. La cena fue genial. Hablamos de todo, los estudios, nuestro futuro como pareja, si pensábamos tener hijos o llegar a casarnos… Veía tan lejos todo aquello que no quería siquiera imaginármelo.

Después de las uvas los tres agarramos nuestra copa de champagne y nos felicitamos el año con besos y abrazos. Samuel volvió a llenar mi copa y la suya y me hizo chocarlas de nuevo.

-       Por un 2014 contigo Alex – dijo.
-       Por toda una vida a tu lado Samuel – le corregí.

No era muy tarde cuando nos fuimos a la cama, pues preferimos quedarnos viendo en la tele una de esas galas especiales de Nochevieja, pero eran más de las 11 cuando nos despertamos.

-       ¿Cuándo decías que volvías a Oxford?
-       En dos días.
-       Entonces habrá que aprovechar – apoyó su mano en el colchón que se hundió de la fuerza y me besó.

A nuestro lado sonó un pitidito. Miré el reloj. Las 11:11.

-       Puedes llamarme idiota pero siempre pido un deseo el primer día del año a las 11:11. Así que… Make a wish Alexei.
-       No necesito pedir un deseo ya tengo todo lo que quiero.
-       Está bien.

Él cerró los ojos y nos mantuvimos en silencio durante unos segundos, hasta que el reloj cambió a las 11:12.

-       Y ahora, aprovechando que mi madre no está tú y yo podríamos…
-       No me digas que ese es el deseo que pediste.
-       Ni por asomo – dijo sacándome la camiseta.
Sus fríos labios empezaron a besar mi torso desnudo. Me abandoné a la suavidad de sus labios y me dejé llevar por la pasión.

No se me ocurría mejor manera de empezar el año.

domingo, 21 de diciembre de 2014

Reflexión 3: ¡Corre!




Corre hasta que puedas volar
¡Correr! ¡Saltar! ¡Volar! Estas pueden parecer acciones contradictorias pero siempre una lleva a la otra. Porque no, volar no es imposible. Todo se puede hacer si tenemos la voluntad suficiente para llegar a ello.

¿Quién nos diría que hacer algo tan primario como correr, una acción que realizamos a diario todas las personas humanas, puede hacernos sentir una de las mayores felicidades del mundo? Realmente no es algo tan primario como parece.

El otro día iba caminando por la calle, como suelo hacer a diario al menos tres o cuatro veces a la semana. Me encanta sentir la brisa matutina en mi cara, el frío que paraliza hasta el último centímetro de los dedos de mis manos, el vaho materializándose en el vacío al abrir la boca, las gotas de sudor que resbalan por mi pelo, esa sensación que te congela todo el cuerpo y que hace que hasta lleguen a dolerte extremidades que ni siquiera sabía que tenía. Podéis pensar que estoy loco por salir a la calle en pleno invierno a las nueve de la mañana, pero necesito esos paseos, esas caminatas.

Habitualmente es el mismo camino el que sigo, pero de vez en cuando decido tirar por otro lado y recordarme esa frase que hace poco escuché y tanto me marco de los labios de Ruth Lorenzo “no siempre el camino recto es el más directo” y no siempre es el más fácil aunque aparentemente y en primera instancia lo parezca.

Cuando llegas a una bifurcación debes tomar una decisión muy importante. Muchos pensarán “¡Qué más da un camino que otro!”. Lo que pocos se plantean es que al final de uno de ellos te esté esperando la parca de la muerte con su guadaña con la que se dedica a sesgar vidas inocentes, de lo que ya hablaremos en un futuro porque es un tema que siempre me ha tocado la fibra sensible, y en otro puede estar esperándote el más inminente éxito, tu sueño, el amor de tu vida, o ¿por qué no? Tu destino.

Un viejo refrán dice “todos los caminos llevan a Roma”, pero si esto resultase ser verdad… ¿Cómo se consigue escapar de Roma? Solo se me ocurre una respuesta. Volando. Volar es la respuesta a todo.

¿Quién no ha querido nunca ser un pájaro y volar batiendo unas pequeñas alas, ya sean blancas, negras, moteadas de colores, o doradas como las del ave fénix? Solo hay que creer para volar como ellos, extender nuestras alas, alzar el vuelo y conquistar el cielo con nuestros sueños.

Sentir el viento azotándonos en nuestra cara, y ver que él solo es capaz de zarandear las hojas y ramas de cientos, e incluso miles de árboles de una sola vez. Ese es el momento. El momento en el que has de dejar de caminar para echar a correr, para saltar, para volar.

Correr nos activa. No podemos dejar que el miedo nos bloquee. Tenemos que ganar la batalla contra este y conseguir el efecto rebote. El miedo no me bloquea, me activa. Hay quien pensará que correr es algo que solo hacen los cobardes, que huyen de esos miedos intentando encontrar un nuevo paraíso en el que ese miedo quede reducido a cenizas. Tener miedo no es de cobardes, es de humanos. Además de que no solo se corre por miedo. Corremos cuando no llegamos a tiempo a un lugar, cuando perseguimos nuestros sueños, o por simple gusto.

Corriendo, y haciendo deporte sin más, conseguimos eyacular una gran cantidad de endorfinas (la hormona de la felicidad) y expulsamos adrenalina. Es muy cómodo pasarse el día sentando en el sofá mirando la televisión, pero no hay nada como poder sentir tu cuerpo chorreando adrenalina y tu corazón latiendo a mil por hora, porque necesitas un giro.

Correr puede ayudarte a superar las adversidades. No son pocas las escenas de películas en la que uno de los protagonistas sale corriendo cuando escucha algo que no quería escuchar y necesita escapar de ese lugar. Cuanto antes lo consiga mejor. Y eso es lo que yo sentía el otro día.

Habitualmente mis paseos no superan esa categoría del paseo, suelo ir tranquilo, con mi música, deleitándome con la belleza de cada gota de agua del río, cada piedra que hay en la calle, cada trozo de arena, cada hoja repleta de vida y color, cada olor, cada sensación… porque he aprendido a vislumbrar las bellezas en las cosas  que para otras personas no son más que el objeto más común del mundo. Mientras el 90% de las personas no ve más que un conjunto de árboles iguales, yo soy capaz de pararme frente a cada uno de ellos y encontrar las diferencias entre unos y otros. El color de sus hojas, el grosor de su tronco, el número de sus ramas… Incluso las piedras. Cuando percibes la belleza en algo tan nimio como una simple piedra sabes que eres diferente a los demás, que no estás en este mundo por casualidad y que eres un alma especial. Ni siquiera el viento puede atrapar un alma tan pura como la mía.

Sin embargo, el otro día necesitaba huir y escapar de todo. Fue entonces cuando mis lentos pasos empezaron a acelerarse junto al ritmo de mi corazón, mis brazos se movían a la velocidad del viento y la belleza del paisaje que me rodeaba se transformó en una mixtura de colores que no me permitía ver con claridad que era lo que había frente a mí y mucho menos a los lados. Si yo fuese mis propios ojos haría el mayor de los esfuerzos por no parpadear nunca. Diréis “este tío está jodidamente chalado de la cabeza”. Pero pensadlo, dos segundos solo. Si mantenemos nuestros ojos cerrados podemos perdernos un mundo maravilloso que se encuentra frente a nosotros. Dicen que las cosas buenas llevan su tiempo pero las cosas realmente maravillosas ocurren en un abrir y cerrar de ojos. ¿Y si cada vez que parpadeo, en esa décima de microsegundo que dura un parpadeo, me he perdido algo alucinante?

Nunca antes había corrido, no sintiendo eso al menos. Me sentía capaz de cualquier cosa hasta de saltar distancias gigantes, estaba desafiando a la velocidad de la luz, la velocidad a la que transcurre nuestra vida, la velocidad de un sueño, y nadie podía pararme, ni siquiera con el impacto de una bala sobre mi pecho habrían logrado detenerme. Estaba decidido a escapar de allí. Llegar al final de mi camino, y lograr mi objetivo, mi sueño. Algo dentro de mí se había activado.

¿Qué más darían los obstáculos que se impusiesen en mi camino? Era una bala de cañón decidido a arrasar con todo lo que hubiese a mi paso. Si me caía,  sería entonces cuando volase por primera vez, alzándome desde el suelo al igual que un fénix renace de sus propias cenizas después de morir.
Seguí corriendo dejando atrás el sonido de la ciudad, el paisaje, y huyendo de todo. Necesitaba acabar con todo. Mi corazón estaba completamente acelerado. De repente algo a lo lejos me hizo bajar el ritmo y calmarme. Un sonido. El sonido del agua brotando con fuerza. Frené en seco. Me encontraba ante la cosa más maravillosa que había visto nunca. Una cascada. El ritmo del agua bajando con fuerza era igual al de mi corazón, pero ahí donde el agua terminaba de caer, era el lugar más plácido del mundo al igual que mi corazón cuando está en calma.

Allí lo entendí todo. En la calma del relajante sonido del agua cayendo a borbotones ¡Correr! ¡Saltar! ¡Volar! No corremos simplemente para huir del mundo, corremos por conseguir lo que queremos porque correr nos hace fuertes. No hace falta tener alas literalmente para volar. Solamente necesitas la voluntad necesaria para acabar con todo y triunfar. Fuerza y coraje. Imponerte a aquellos que se meten contigo y quieren hacerte caer, demostrarles que siempre has sido mucho más fuerte que ellos. Ese es el momento en que, si bien no físicamente,  estarás volando, alzando el vuelo y batiendo tus alas.


Sube al borde del abismo, ponte al borde del acantilado, siente el sonido del agua de esa cascada cayendo con fuerza. Recuerda no cerrar los ojos, para no perderte nada maravilloso, respira hondo, échate hacia atrás, corre hacia delante y salta. Justo antes de rozar el agua, expandirás tus alas y estarás volando. Volando por tus sueños. Volando por tu vida. Volando…Por ti.