Corre hasta que puedas volar
¡Correr! ¡Saltar!
¡Volar! Estas pueden parecer acciones contradictorias pero siempre una lleva a
la otra. Porque no, volar no es imposible. Todo se puede hacer si tenemos la
voluntad suficiente para llegar a ello.
¿Quién nos diría que
hacer algo tan primario como correr, una acción que realizamos a diario todas
las personas humanas, puede hacernos sentir una de las mayores felicidades del
mundo? Realmente no es algo tan primario como parece.
El otro día iba
caminando por la calle, como suelo hacer a diario al menos tres o cuatro veces
a la semana. Me encanta sentir la brisa matutina en mi cara, el frío que
paraliza hasta el último centímetro de los dedos de mis manos, el vaho
materializándose en el vacío al abrir la boca, las gotas de sudor que resbalan
por mi pelo, esa sensación que te congela todo el cuerpo y que hace que hasta
lleguen a dolerte extremidades que ni siquiera sabía que tenía. Podéis pensar
que estoy loco por salir a la calle en pleno invierno a las nueve de la mañana,
pero necesito esos paseos, esas caminatas.
Habitualmente es el
mismo camino el que sigo, pero de vez en cuando decido tirar por otro lado y
recordarme esa frase que hace poco escuché y tanto me marco de los labios de
Ruth Lorenzo “no siempre el camino recto es el más directo” y no siempre es el
más fácil aunque aparentemente y en primera instancia lo parezca.
Cuando llegas a una
bifurcación debes tomar una decisión muy importante. Muchos pensarán “¡Qué más da
un camino que otro!”. Lo que pocos se plantean es que al final de uno de ellos
te esté esperando la parca de la muerte con su guadaña con la que se dedica a
sesgar vidas inocentes, de lo que ya hablaremos en un futuro porque es un tema
que siempre me ha tocado la fibra sensible, y en otro puede estar esperándote
el más inminente éxito, tu sueño, el amor de tu vida, o ¿por qué no? Tu
destino.
Un viejo refrán dice “todos
los caminos llevan a Roma”, pero si esto resultase ser verdad… ¿Cómo se
consigue escapar de Roma? Solo se me ocurre una respuesta. Volando. Volar es la
respuesta a todo.
¿Quién no ha querido
nunca ser un pájaro y volar batiendo unas pequeñas alas, ya sean blancas,
negras, moteadas de colores, o doradas como las del ave fénix? Solo hay que
creer para volar como ellos, extender nuestras alas, alzar el vuelo y
conquistar el cielo con nuestros sueños.
Sentir el viento azotándonos
en nuestra cara, y ver que él solo es capaz de zarandear las hojas y ramas de
cientos, e incluso miles de árboles de una sola vez. Ese es el momento. El
momento en el que has de dejar de caminar para echar a correr, para saltar,
para volar.
Correr nos activa. No
podemos dejar que el miedo nos bloquee. Tenemos que ganar la batalla contra
este y conseguir el efecto rebote. El miedo no me bloquea, me activa. Hay quien
pensará que correr es algo que solo hacen los cobardes, que huyen de esos
miedos intentando encontrar un nuevo paraíso en el que ese miedo quede reducido
a cenizas. Tener miedo no es de cobardes, es de humanos. Además de que no solo
se corre por miedo. Corremos cuando no llegamos a tiempo a un lugar, cuando
perseguimos nuestros sueños, o por simple gusto.
Corriendo, y haciendo
deporte sin más, conseguimos eyacular una gran cantidad de endorfinas (la
hormona de la felicidad) y expulsamos adrenalina. Es muy cómodo pasarse el día
sentando en el sofá mirando la televisión, pero no hay nada como poder sentir
tu cuerpo chorreando adrenalina y tu corazón latiendo a mil por hora, porque
necesitas un giro.
Correr puede ayudarte a
superar las adversidades. No son pocas las escenas de películas en la que uno
de los protagonistas sale corriendo cuando escucha algo que no quería escuchar
y necesita escapar de ese lugar. Cuanto antes lo consiga mejor. Y eso es lo que
yo sentía el otro día.
Habitualmente mis paseos
no superan esa categoría del paseo, suelo ir tranquilo, con mi música,
deleitándome con la belleza de cada gota de agua del río, cada piedra que hay
en la calle, cada trozo de arena, cada hoja repleta de vida y color, cada olor,
cada sensación… porque he aprendido a vislumbrar las bellezas en las cosas que para otras personas no son más que el
objeto más común del mundo. Mientras el 90% de las personas no ve más que un
conjunto de árboles iguales, yo soy capaz de pararme frente a cada uno de ellos
y encontrar las diferencias entre unos y otros. El color de sus hojas, el
grosor de su tronco, el número de sus ramas… Incluso las piedras. Cuando
percibes la belleza en algo tan nimio como una simple piedra sabes que eres
diferente a los demás, que no estás en este mundo por casualidad y que eres un
alma especial. Ni siquiera el viento puede atrapar un alma tan pura como la
mía.
Sin embargo, el otro
día necesitaba huir y escapar de todo. Fue entonces cuando mis lentos pasos
empezaron a acelerarse junto al ritmo de mi corazón, mis brazos se movían a la
velocidad del viento y la belleza del paisaje que me rodeaba se transformó en
una mixtura de colores que no me permitía ver con claridad que era lo que había
frente a mí y mucho menos a los lados. Si yo fuese mis propios ojos haría el
mayor de los esfuerzos por no parpadear nunca. Diréis “este tío está
jodidamente chalado de la cabeza”. Pero pensadlo, dos segundos solo. Si
mantenemos nuestros ojos cerrados podemos perdernos un mundo maravilloso que se
encuentra frente a nosotros. Dicen que las cosas buenas llevan su tiempo pero
las cosas realmente maravillosas ocurren en un abrir y cerrar de ojos. ¿Y si
cada vez que parpadeo, en esa décima de microsegundo que dura un parpadeo, me
he perdido algo alucinante?
Nunca antes había
corrido, no sintiendo eso al menos. Me sentía capaz de cualquier cosa hasta de
saltar distancias gigantes, estaba desafiando a la velocidad de la luz, la
velocidad a la que transcurre nuestra vida, la velocidad de un sueño, y nadie
podía pararme, ni siquiera con el impacto de una bala sobre mi pecho habrían
logrado detenerme. Estaba decidido a escapar de allí. Llegar al final de mi camino,
y lograr mi objetivo, mi sueño. Algo dentro de mí se había activado.
¿Qué más darían los
obstáculos que se impusiesen en mi camino? Era una bala de cañón decidido a
arrasar con todo lo que hubiese a mi paso. Si me caía, sería entonces cuando volase por primera vez,
alzándome desde el suelo al igual que un fénix renace de sus propias cenizas
después de morir.
Seguí corriendo dejando
atrás el sonido de la ciudad, el paisaje, y huyendo de todo. Necesitaba acabar
con todo. Mi corazón estaba completamente acelerado. De repente algo a lo lejos
me hizo bajar el ritmo y calmarme. Un sonido. El sonido del agua brotando con
fuerza. Frené en seco. Me encontraba ante la cosa más maravillosa que había
visto nunca. Una cascada. El ritmo del agua bajando con fuerza era igual al de
mi corazón, pero ahí donde el agua terminaba de caer, era el lugar más plácido
del mundo al igual que mi corazón cuando está en calma.
Allí lo entendí todo. En
la calma del relajante sonido del agua cayendo a borbotones ¡Correr! ¡Saltar!
¡Volar! No corremos simplemente para huir del mundo, corremos por conseguir lo
que queremos porque correr nos hace fuertes. No hace falta tener alas
literalmente para volar. Solamente necesitas la voluntad necesaria para acabar
con todo y triunfar. Fuerza y coraje. Imponerte a aquellos que se meten contigo
y quieren hacerte caer, demostrarles que siempre has sido mucho más fuerte que ellos.
Ese es el momento en que, si bien no físicamente, estarás volando, alzando el vuelo y batiendo
tus alas.
Sube al borde del
abismo, ponte al borde del acantilado, siente el sonido del agua de esa cascada
cayendo con fuerza. Recuerda no cerrar los ojos, para no perderte nada maravilloso,
respira hondo, échate hacia atrás, corre hacia delante y salta. Justo antes de
rozar el agua, expandirás tus alas y estarás volando. Volando por tus sueños.
Volando por tu vida. Volando…Por ti.
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