Lo prometido es deuda y aquí lo tenéis. Ha habido momentos que pensaba que no lo podría subir porque no se me ocurría nada decente pero aquí lo tenéis. Espero que lo disfrutéis:
Capítulo
2
Está muy bien eso de pasar algo de tiempo con tu novio, pero no podemos
dejar pasar las relaciones con nuestras amistades. En mi caso era fácil, pues
solo tenía a Samantha y decidí que aquella tarde sería para nosotros dos. Sin
novios, sin interrupciones, solo amigos que van a dar una vuelta para pasar un
buen rato.
Estuve por arrepentirme en cuanto me dijo que quería ir al centro
comercial. Ya sabéis como son las mujeres, y yo, a pesar del famoso tópico de
que a los gays nos encanta ir de tiendas, lo odio. Lo odio con todas mis
fuerzas. Creo que es la cosa que más odio en el mundo. No sé como a nadie en su
sano juicio le puede gustar ir de tienda en tienda, cogiendo y toqueteando
todas y cada una de las prendas que tienen allí para acabar probándotelas todas
y volverte a casa con las manos vacías porque te viene grande, te viene
pequeña, o te «hace parecer gorda». Odio cuando las mujeres dicen eso. La culpa
es de la televisión y los cánones de belleza que ha establecido. Sammy no tiene
el cuerpo de Claudia Schiffer, o Elsa Pataky pero tiene carne donde agarrar,
que en mi opinión es lo importante. Aplicable tanto a las chicas como a los
chicos. Esos chicos esqueléticos que salen en televisión sin chicha ni cuajo…
preferiría mil veces estar con un chico rellenito que estar con esos hombres
que están aún más delgados que Jack Squeleton el protagonista de “Pesadilla
antes de navidad”.
El centro comercial estaba atestado de personas por todas partes. Otra
de las cosas que no aguantaba. Parecía como si todas las personas se pusiesen
de acuerdo para ir a comprar la ropa el mismo día y al mismo lugar. ¿No
tendrían otro lugar ni otra hora?
Mi papel en aquella encrucijada no era más que el de novio, o amigo, en
este caso, pringado que sujeta las bolsas.
Después de diez tiendas, cuatro horas de entre selección, probador y pagar,
y un último vistazo a la cartera Sammy se dio cuenta que había terminado de
comprar, con lo cual nuestra tarde juntos estaba llegando a su fin.
¿Reservo una tarde para ella y lo único que vamos a hacer es irnos de
compras? No se lo creía ni ella. No muy lejos del centro comercial estaba la
bolera de Princeton, llamada “Throw ‘em all”. Fuimos al parking y metimos las
bolsas en el maletero del coche de mi madre.
En el trayecto, por fin, pudimos hablar de nuestras cosas, lo que ella y
Samuel habían estado haciendo por aquí en mi ausencia, si se había echado algún
noviete… sin embargo, no había tenido mucha suerte en lo que a amor se refiere.
Según me contó, se había enamorado de un chico que trabajaba en la pizzería más
famosa de todo Princeton y acabó yendo allí todas las noches a cenar. Por lo
visto, lo único que sacó con ello fue ganar tres kilos y que su cara se llenase
de granitos debido a la grasa de la pizza. Finalmente descubrió que el chaval
tenía una novia por lo que dejó de frecuentar el lugar y empezó una nueva dieta
para bajar esos tres kilos que había ganado las noches que iba a observarlo.
Sentí que algo vibraba en el bolsillo de mi pantalón. Era un mensaje de
Samuel.
“¿Dónde estás?”
“ Voy a la bolera con Sammy”
“Ok”
Su última respuesta fue algo fría. ¿Se habría enfadado? No lo creo.
Tampoco tenía motivo alguno para hacerlo. Sabía de sobras que hoy sería mi día
con Sammy.
Entramos en el recinto y nos aproximamos al mostrador en el que había un
chico muy mono, con el pelo castaño y unos penetrantes ojos grises, atendiendo
para dar los zapatos a aquellos que quisieran jugar, además de alquilar la pista
que quisiéramos. La 4 y la 5 estaban libres en ese momento. Sé que era una
tontería pero le dejé elegir a Samantha la pista en la que jugaríamos. El número
escogido fue el 4. No importaba cual hubiese elegido porque igualmente le iba a
dar una gran paliza.
-
Voy a
hacerte morder el polvo – dije convencido.
-
Uh, el
pequeño Alex se me pone machito. Veremos a ver dentro de unos cuarenta y cinco
minutos – exclamó agarrando los zapatos que Ian (su nombre venía puesto en una
chapita que llevaba colgada de la camiseta)
Treinta minutos después el marcador iba muy igualado, pero Sammy iba
ganado por un par de puntos. Ella llevaba 78 y yo 75. Paramos cinco minutos a
descansar y seguir hablando de nuestras cosas. Después de un rato de
insistencia acabé contándole lo de la otra noche, no con lujo de detalles,
entiéndase.
Seguimos con la partida. Samantha ejecutó su último movimiento e hizo un
semipleno. Los marcadores estaban 120 a 108. Si quería ganar tenía que hacer un
pleno. Tenía que ganar sino iba a quedar fatal. Me aproximé al recipiente de
las bolas. Agarré una grande y negra con gran decisión. Me disponía a tirar
cuando una voz detrás de nosotros pronunció mi nombre. Conocía esa voz.
Me giré para comprobar si estaba en lo cierto y exacto. Allí estaba. Con
sus ojos verdes como el jade, su rubio cabello que eclipsaba incluso a los
rayos del sol. En su cara podía verse la barbita de tres días que tanto me
gustaba. ¿Qué estaba haciendo él aquí?
-
Hola chicos –
se aproximó lentamente para darme un beso.
-
¿Qué estás
haciendo aquí? – lo corté.
-
He venido a
ver a mi novio y su amiga.
-
Sabías de
sobra que este día lo iba a pasar con Sammy.
-
Hay tiempo
para todo.
-
Sí, pero
paso demasiado tiempo contigo cuando estamos juntos. Tanto que no paso ni una
hora al día con mi mejor amiga porque lo paso con mi novio – hice una breve
pausa para respirar -. Hay veces que necesito mi espacio
»Ya sé que nos vemos tres meses al año y poco
más pero no puedo pasarme esos tres meses pegado a tu culo, y espero que lo
comprendas.
-
Chicos
dejadlo. No discutáis – los dos clavamos nuestras miradas en Sammy-. Enserio es
una tontería. Tira Alexei y concédeme la victoria.
-
Voy – miré
con desdén a Samuel y tiré la pelota.
Por un momento parecía que iba a desviarse pero consiguió dar en el medio
y tirar todos los bolos. Miré el marcador. Samantha: 120, Alexei: 122. Sería la
rabia con que tiré la pelota lo que hizo que cayesen todos los bolos.
-
Parece que
has ganado.
-
Eso parece.
-
Anda, Emily –
dijo Sammy aproximándose a su amiga.
-
¿Qué haces
aquí Sam?
-
He venido
con Alexei a echar una partida.
-
Quédate con
nosotras y echamos otra.
-
Vale. Alexei
– suspiró mirándome - ¿No te importa verdad?
-
No, claro
que no. Mañana te llevaré las bolsas que siguen en el maletero.
-
Perfecto.
Adiós chicos – nos dedicó una amplia sonrisa.
Me quité los zapatos de alquiler y les volví a dejar encima del
mostrador despidiéndome educadamente de Ian. Para mi sorpresa me devolvió el
saludo con una sonrisa dibujada en sus labios. Tenía unos dientes perfectos.
Pero no era momento de pensar en eso ahora.
No dijimos nada en todo el camino hasta que entramos en el coche. Fue
entonces cuando el mundo se puso patas arriba.
-
Tenías que
venir ¿verdad? No me puedes dejar ni un solo momento separado de ti. Samuel te
quiero pero no puedo pasarme las veinticuatro horas del día pegado a ti. Eso
mata la pareja, mata el amor y lo mata todo.
-
¿Tan
terrible es que quiera pasar un rato con mi novio? Enserio no sé cuál es el
delito Alexei.
-
Que necesito
mi espacio, te lo estoy diciendo – el tono de mi voz sonaba más alto que de
costumbre -. Pero por lo visto para poder ser novio tuyo tendré que pasarme la
vida lamiéndote el culo y sin poder hacer vida fuera de nuestra relación.
-
Yo no te
estoy pidiendo eso.
-
Pues lo
parece.
Hubo un breve silencio acompañado por un golpe en el volante del coche.
-
No te
preocupes, a partir de ahora tendrás tu espacio para hacer lo que quieras y
venir aquí a ligar.
-
¿Ligar? ¿Qué
estás diciendo?
-
Tanto tú
como yo hemos visto como os habéis sonreído el chico de los zapatos y tú. ¿Te
gusta más que yo?
-
¿Ian?
-
Míralo como
sabe su nombre.
-
Lo ponía en
la chapa de su camiseta y para tu información existe una cosa que se llama
educación. De verdad no me puedo creer que me estés haciendo esto Samuel.
De mis ojos empezaron a brotar lágrimas pero no eran de tristeza ni de
debilidad. Eran de pura rabia contenida.
-
Está bien.
Me voy entonces. Te dejo solo con tu espacio – dijo bajándose del coche.
-
Espera
Samuel…
-
Te diría
hasta nunca, pero espero que te lo pienses.
La puerta se cerró de un portazo.
-
¡Joder! –
grité.
Y allí entre lágrimas me quedé yo, viendo como el amor de mi vida se
esfumaba. Agarré mi móvil y marqué su número. Contra todo pronóstico lo
descolgó.
-
¿Qué
quieres?
-
Lo siento
Samuel. Vuelve al coche y hablamos. No puedo dejar que nos enfademos por algo
tan estúpido como esto.
No me cabe en la cabeza como pudo haber llegado tan rápido. Abrió de
nuevo la puerta del coche.
-
Soy yo el
que lo siente – dijo con el teléfono todavía pegado a la oreja -. ¿Podrás
perdonarme?
-
Pues claro.
Y con un beso sellamos nuestro acuerdo de no volver a pelearnos por
idioteces además de que no volvería a ponerse de aquella manera porque pasase
tiempo con los demás, al fin y al cabo…
Era mi espacio.
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