Capítulo
15
Quedaban menos de 24 horas para la boda. La última semana
se me había pasado demasiado lenta, aun habiéndola pasado preparando todo para que todo saliese a pedir
de boca. Sentía mariposas en el estómago, habitualmente esa sensación se
siente cuando te enamoras de alguien.
¿Sentí yo eso la primera vez que vi a Samuel? Pues la verdad no lo sé, pero si
sé que es lo que siento al verlo ahora.
Siento magia en sus ojos, en su mirada, en sus labios… Me hacía sentir más vivo
que nunca.
La ceremonia empezaría al día siguiente a las 11:45. Eran
las 20:00 y me encontraba en la casa de Samuel. Su madre estaba en mi casa,
preparando con mi madre otros detalles. Se habían conocido hacia poco pero
parecía que se conociesen de toda una vida. Seguro que estaban las tres, ella,
mi madre y Valerie hablando de vestidos, zapatos, joyas y todas esas cosas que
tanto les gustan a las chicas. Mientras, yo estaba con Samuel disfrutando de
nuestra última tarde-noche como solteros. Nuestras respectivas madres, y en mi
caso además mi hermana no nos dejaron, por otra parte, aprovechar de nuestra
mañana. ¿Por qué siempre están las mujeres tan preocupadas con la ropa? Tanto
su madre, como la mía creían que por alguna razón del universo nuestros trajes
se habrían quedado pequeños, cortos, o se hubiesen manchado. Mi respuesta fue “Mamá no ha salido del armario (no, esto
no tiene ninguna connotación, hablaba del traje) ¿cómo va a haber encogido?” y
su respuesta fue “Mejor prevenir que curar”. ¿Por qué os cuento esto? Yo estaba con Samuel y
nuestro romance.
-
¿Sabes que en menos de veinticuatro horas
seremos…?
-
No digas marido y marido, porque no hay frase
que más gracia en todo el mundo que esa – le interrumpí antes de que pudiese
acabar la frase. Samuel me miró raro -. A ver obviamente estoy orgulloso de que
nos dejen casarnos y todo eso, pero debes admitir que la frase es graciosa.
-
Vale, sí lo es – antes de acabar la frase sus
labios se juntaron con los míos. Después sus manos acariciaron suavemente mi
pecho desnudo. Me gustaba la sensación de sentir su tacto en mi piel. – Oye,
siempre lo hemos hecho de la misma manera. ¿Qué tal si probamos algo nuevo?
-
Samuel no me digas estas cosas. No quiero
enterarme de que mi novio es un amante del sado el día antes de mi boda – hice
una pequeña pausa y luego continué -. Reserva algo de romanticismo para cuando
nos casemos.
-
No quería decir eso – cuando le miré a los
ojos comprendí lo que quería decir.
-
¿De verdad quieres?
-
He estado pensando y… no puedo saber si no me
gusta si no lo he probado.
Me sentía raro en esa nueva posición. Habitualmente era
Samuel el que se tumbaba en la cama y yo… bueno podéis imaginarlo. La sensación
era algo distinta, pero me gustaba. Aunque me sentía estúpido. ¿Y si no le
gustaba la manera en la que lo estaba haciendo? ¿Y si le estaba haciendo daño?
Él no parecía quejarse, con lo cual debería estar haciendo bien mi labor. Me
miró a los ojos y me dedicó una sonrisa. Sus labios formaron una palabra. Dos,
más bien. “Te Quiero”. El brillo verde de sus ojos me sacó de mi
ensimismamiento y me recordó todo lo que sentía al ver reflejadas mis pupilas
en las suyas. Me acerqué a su cara para besarlo una última vez. Después de eso
los dos estábamos tumbados en su cama. La fina tela de las sábanas era lo único
que separaba nuestra desnudez del mundo real. Era nuestra barrera.
-
Podrías quedarte a dormir.
-
¿Qué dices? Da mala suerte dormir con el
novio la noche antes de la boda. Y estuve a punto de ver tu traje cuando
llegué. No tentemos más a la suerte.
-
Gillopeces. ¿Enserio te crees esos cuentos de
viejas? Además – añadió – la tontería del vestido es con las novias. Entre gays
no importa.
-
Tú cree lo que quieras.
-
¿Enserio no te quedas?
-
No. Samantha iba a ir a casa a enseñarme su
vestido de dama de honor, y mi madre empezará a alterarse si no aparezco
pronto. Te dejaré descansar y mañana nos veremos frente al…– iba a decir altar,
hasta que me di cuenta que en los juzgados no hay altar, sólo una mesa. Tras mi
pausa continué – Bueno nos veremos allí.
-
Te echaré de menos – exclamó dándome un
cachete en el culo, cuando me agaché a recoger mis cosas. Cuando acabé de
vestirme me acerqué a besarlo una última vez antes de irme -. Te quiero Alex.
-
Casi nunca me llamas Alex. Pero yo te quiero
más Samuel.
-
Casi nunca me llamas Samuel…
Salí de su habitación riendo a carcajadas mientras él
seguía riéndose tumbado en su cama. Agarré el pomo de la puerta, pero alguien
más lo estaba haciendo girar.
-
Alexei, cariño ¿ya te vas? – preguntó la madre
de Samuel.
-
Sí. Se me hace tarde. ¿Qué tal la merienda
con mi madre y mi hermana?
-
Perfecta. Me ha encantado estar con ellas. En
fin, ha sido un placer volver a verte. Mañana es el gran día. Creo que mi hijo
no podría haber encontrado a nadie mejor.
-
Yo tampoco podría haber encontrado a nadie
mejor que a Samuel. Es el hombre de mi vida.
Llegué a la calle habiendo dejado a mi novio riéndose en
la cama y a su madre dedicándome una de las mayores sonrisas que había visto en
toda mi vida. La desgraciada vida que tenía hace unos cuatro años, había dado
un cambio radical. Ahora era perfecta. No encontraba nada que pudiese hacerme
bajar de esa nube.
Cuando llegué a mi casa allí estaban mi madre, mi hermana
y la pobre Samantha esperándome. Me dijo que estuvo llamándome. Saqué el móvil
de mi bolsillo y lo comprobé. Pues era verdad. Tenía 4 llamadas perdidas suyas.
Yo y mi manía de llevar siempre el móvil en modo silencio. Mi madre me dijo que
debería ponerlo en modo vibración, pero cuando lo llevo en el bolsillo soy
incapaz de sentir la vibración del teléfono, así que no solía funcionar en mi
caso.
Samantha se levantó del sofá en el que estaba sentada.
Debería haberme dado cuenta de que la ropa que llevaba puesta no era la ropa
con la que ella solía vestir. Llevaba un precioso vestido rojo del color de la
sangre.
- ¿Bueno qué? ¿Te gusta? - me preguntó con una gran sonrisa en la
cara.
-
Sí, me encanta. Es precioso. Pero debería
gustarte a ti, no a mí.
-
Alexei ¿dónde tienes la cabeza? Soy tu dama
de honor. Y me pediste expresamente que mi vestido fuese rojo.
-
Mierda, es verdad. Se me había olvidado por
completo.
-
Hombres – dijeron ella y mi madre a la par.
La verdad es que Sammy era una chica muy guapa. Podría
haberme planteado salir con ella, pero era imposible, si las cosas hubieran
sido diferentes y a mí me hubiesen gustado las chicas no dudo que le habría
pedido salir en más de una ocasión. ¿Habría declinado ella mi oferta? Lo más
posible es que sí. Las tías tienen esos códigos por los cuales no pueden
enamorarse de un chico que es su amigo, o con el que tienen muchísima
confianza. O quizás me lo estaba inventado todo. Es posible.
-
Hay que aprovechar ahora que todavía no se
nota – sus manos acariciaron el vientre en el que descansaba “nuestro hijo”.
Porque sí, de alguna manera era mi hijo con Samantha. Aunque ella solo era la
madre biológica. Todos los cargos caerán sobre mí. – Sabes es curioso. Hubo un
tiempo en que realmente pensé que tendríamos un hijo juntos pero nunca pensé
que sería de esta forma.
-
Qué curioso – había dicho eso en voz alta.
Mierda -. Quiero decir que, no sabía que pensases eso. Habría sido gracioso. Tu
vestido es precioso. Y te queda genial. Es justo del color que había imaginado.
Así que Samantha también lo había pensado en algún momento.
La idea de nosotros dos juntos vino a mi cabeza. Era algo muy raro. La tarde,
la noche más bien, transcurría y mi madre seguía sacándonos comida. Era ella la
preocupada porque no me entrase el traje, pero parecía que quería ver su miedo
hecho realidad. Madre mía, parecía un buffet libre. Mi madre había preparado
todas sus especialidades. Por desgracia mi estómago estaba lleno y eso que no
había comido nada. Pero los nervios habían acabado con todas mis ganas de
comer. Por lo visto había tenido el efecto contrario en Valerie y Sammy. Como
decía mi madre “parecía que nos les habían dado nunca de comer”.
Una hora después, tras la cena que se comieron entre las
tres, hablar de nervios, de cómo organizaríamos todo al día siguiente, y otra
infinidad de temas, la conversación acabó degenerando en alguna mala serie de
televisión para mujeres. Me despedí de Sammy que ya se iba y les di las buenas
noches a las tres. Aun en el umbral de la puerta seguían hablando…dos mujeres…
esto podría llevar horas. Me desearon buenas noches y subí por las escaleras.
Entré en mi cuarto. No sé porque me dio por ponerme a
recogerlo. Estaba todo patas arriba. ¿Qué haría cuando Samuel y yo viviésemos
juntos? ¿Algún día pasaría eso? Íbamos a casarnos, íbamos a tener un hijo
juntos pero nunca habíamos hablado de convivencia. ¿Cómo se supone que íbamos a
cuidarlo? Mi estómago empezó a arder y mis tripas se convirtieron pronto en un
estruendo parecido al que causa un terremoto al impactar en una ciudad llena de
grandes ciudades. Serían los nervios de la boda. Continué con mi labor poniendo cada cosa en su sitio. Saqué todos
mis libros de la estantería y por alguna extraña razón me dio por
redistribuirlos. Los organicé en la estantería por saga, altura, color, y
cuanto me había gustado, lo que me llevó bastante tiempo. Algunos incluso
quedaron metidos un poco a presión. Tenía tantos libros y tan poco espacio… En
el escritorio había otra pequeña montaña. En ella estaban todos mis preferidos.
Y en lo alto el primer ejemplar de Zerkeliern. El simple hecho de tocarlo me
parecía un sueño. De hecho me pellizqué varias veces después de sostenerlo
entre mis manos para asegurarme de que no estaba viviendo en un sueño.
Llevé mis manos al cajón del escritorio, sostuve el agarrador en mis
manos y empujé el cajón hacia mí para abrirlo. Allí estaba el cuaderno verde
con las grandes letras blancas coronando la portada. My Sweet Lover. Tenía que
escribir todo por lo que habíamos pasado la última semana, pues antes no había
tenido tiempo y como no tenía sueño ¿Qué otra cosa podía hacer? Mis manos se
acercaron al bolígrafo que colgaba del cuello y mis dedos se enlazaron entre
cada centímetro del instrumento. Sabía de sobra que la tinta estaba agotada, pero
no podía descolgármelo. Mañana lo llevaría por dentro del traje. Ha sido como
un amuleto para mí todo este tiempo. Volví a abrir el cajón y saqué uno de los
bolígrafos que había dentro para ponerme a escribir pero antes de que pudiese
hacer nada, mi móvil se puso a sonar en algún lugar de la habitación. Rebusqué
un poco y cuando conseguí agarrarlo me dispuse a descolgar y contestar, hasta
que vi el nombre que rezaba en la pantalla. “Papá”. Antes de hacer otra cosa
colgué y me volví a sentar en la silla de mi escritorio. El móvil volvió a
sonar otras dos veces pero no lo cogí. Cuando conseguí que se callase metí la
clavija de los auriculares por el agujero y puse música en mi móvil. Era una de
las cosas que más me relajaban a la hora de escribir.
Cuando me di cuenta eran las 3 de la mañana. Me moría de
sueño. Debería irme a dormir o mañana parecería un zombie con mis ojeras. Me
desnudé. Me puse unos calzoncillos y una camiseta limpios y me metí en la cama.
En invierno es muy reconfortante estar dentro de ellas, pero en verano es lo
peor que pueda haber. A pesar de tener la persiana levantada y la ventana
abierta de par en par hacía un calor abrasador. A grandes males, grandes
remedios. Eché las sábanas para atrás (sí había deshecho la cama para nada) y
empecé a dar vueltas en la cama. No sé cuánto tiempo tardé en dormirme. Tal vez
¿15 minutos? ¿20? ¿Quién sabe? Lo que sí sé es el último pensamiento que tuve
antes de dormir. Y tenía nombre y apellido. Samuel Everett Corshion.
Me gustaría decir que me desperté pero sería mentir. Eran
las 8.00 cuando mi hermana me despertó. Me empezaron a meter prisas y yo ni
siquiera recordaba mi nombre. Es verdad. La boda. Quedaban unas tres horas.
Debía prepararme. Casi me empujaron hasta la ducha. Por suerte conseguí que me
dejaran desnudarme, entrar y enjabonarme a mí solo.
Abajo en la cocina mi madre me había preparado huevos con
beicon para desayunar. Con tostadas. El desayuno preferido de mi padre.
Hablando de mi padre, no le había contado a mi madre que me había llamado tres
veces. Y ahora no era el momento. Estábamos todos de los nervios. Ya se lo
diría después de la boda.
Sonó el timbre. Seria Samantha. Conociéndola se habría
pasado ya vestida y todo a ayudarme con el traje y todo lo demás. La sorpresa
me la llevé cuando abrí la puerta y no me encontré a Samantha. Era… Bryan. Mi
primer compañero de cuarto del programa especial de la Universidad de Oxford.
Es verdad, mi madre iba a ir a casa de Sammy a peinarse, la una a la otra, lo
oí la otra noche cuando subía hacia mi cuarto y cuando ellas hablaban en el
umbral de la puerta.
-
¿Bryan qué haces aquí? – mis palabras
quedaron ligeramente silenciadas después de nuestro abrazo.
-
He venido a tu boda tío. Tú me invitaste
¿recuerdas?
-
No, idiota. Digo aquí, en mi casa.
-
Llegué con unas horas de antelación y no iba
a ir al juzgado directamente. Pensé además que necesitarías algo de ayuda. Y yo
soy un experto en usar trajes y peinados – la verdad es que llevaba el traje
perfecto. Era de un tono crema y su corbata hacia juego con la que yo llevaría,
de un tono azul clarito. Su pelo iba 100% engominado pero me gustaba el estilo
que había conseguido. Estaba muy guapo la verdad.
-
Oh mierda – escuché decir a mi hermana que
acababa de entrar en la cocina mirando su reloj -. ¿Mamá estás lista ya?
-
Ya voy.
Las dos se iban a casa de Sammy a que ella las peinase.
Mi madre iba guapísima con su vestido rosa fucsia. Llevaba el pelo mojado como
recién lavado.
-
Alexei te veremos en el juzgado, ya sabes
cómo somos las mujeres.
-
No sé preocupe señora yo cuidaré del pequeño
Alex – exclamó Bryan enmarañándome el pelo.
-
Está bien. Os quiero.
Mi madre y mi
hermana salieron por la puerta y yo subí con Bryan por las escaleras de camino
a mi cuarto. ¿Eran las 10 ya? Iba un poco pillado de tiempo. Bryan sugirió que
debería desnudarme para ponerme el traje. Tardó en darse cuenta de que las 5
semanas que compartimos aquella habitación era él el que salía del baño con
poco más que una toalla y yo salía completamente cambiado. Pero no tenía tiempo
de andarme con tonterías. Me cambié de ropa interior y empecé a vestirme
ayudado de Bryan.
-
No te preocupes. Es más fácil de lo que
parece.
-
¿Tú crees? – mis manos intentaban abrochar el
botón del pantalón pero no lo conseguían.
-
No lo creo – me apartó las manos, agarró las
costuras del pantalón y consiguió abrochar el botón en menos de dos segundos -.
Lo sé.
También fue Bryan el que me ayudó con el nudo de la
corbata, algún botón de la camisa y además forcejeé con él un poco, pero
finalmente conseguí convencerle de que me dejase llevar puesto mi bolígrafo.
Menos mal que había venido ¿Lo habría conseguido sin él? Me tranquilizó
diciéndome “Todo saldrá bien, no te preocupes”. Me hizo sentarme en la silla de
mi escritorio para así poder peinarme con mayor facilidad. Después de 10
minutos y medio bote de gel fijador para el pelo, lo había conseguido estaba
preparado. Pero llegaba tarde. Eran las 10.52 cuando acabamos.
El juzgado estaba
a unos 10 minutos de mi casa andando. Salimos a toda prisa y gracias a dios mi
madre había dejado el coche aparcado. Ya pensé que llegaría al juzgado con el
traje como si fuese la equipación de un equipo de fútbol tras un partido de 90
minutos. Bryan se montó en el asiento del piloto y yo en el del copiloto. No
pasaba nada si llegaba 2 o 3 minutos tarde. Esperaba que Samuel no se
preocupase mucho.
Estábamos parados en un semáforo a dos manzanas del
recinto. El reloj del coche de mi madre marcaba las 10.57. Mi móvil las 10.59.
Bryan arrancó cuando se puso en verde. Entonces mi móvil volvió a sonar,
esperaba que fuese Samuel pero volvía a ser mi padre. Una parte de mí pensaba
que debía cogerlo.
-
¿No vas a cogerlo?
-
No, es mi padre. Y ya sabes lo que pasó.
-
Vamos Alex cógelo.
-
No quiero cogerlo.
-
Cógelo tío – una de las manos de Bryan soltó
el volante e intentaron agarrar mi móvil para agarrarlo y sus ojos me miraban.
Intentaba forcejear conmigo – Tío debe ser importante si te ha llamado varias
veces.
-
No pienso cogerl…- antes de poder contestar
escuché un fuerte pitido y sentí toda la presión del mundo ejerciéndose sobre
mí.
Lo último que recuerdo es un fuerte golpe.
Después de eso todo se volvió oscuro.
En alguna parte un hombre que quería hablar con su hijo
no cejaba en su empeño y seguía llamando sin descanso.
Sin embargo su hijo no contestaría al teléfono.
No podía hacerlo aunque quisiera.
Porque su hijo…
Estaba inconsciente.
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