viernes, 9 de mayo de 2014

Capítulo 15 de My Sweet Lover

Sólo queda una semanita para el desenlace de la historia. Espero que os esté gustando. De no ser así no pasa nada. Ya lo he anunciado en twitter pero lo hago también por aquí. Después del viernes que viene cuando se suba el último capítulo habrá un parón por exámenes en el blog. En junio volveré con las pilas cargaditas y estoy pensando en publicar entradas con cosas que me pasen día a día y que me inspiren y también un fanfiction de Harry Potter centrado en la historia de los 4 fundadores de Hogwarts y....¡Atención! la instauración del primer Torneo de los Tres Magos. Os dejo con el capítulo 15:

Capítulo 15
Quedaban menos de 24 horas para la boda. La última semana se me había pasado demasiado lenta, aun habiéndola pasado  preparando todo para que todo saliese a pedir de boca. Sentía mariposas en el estómago, habitualmente esa sensación se siente  cuando te enamoras de alguien. ¿Sentí yo eso la primera vez que vi a Samuel? Pues la verdad no lo sé, pero si sé que es lo que siento al verlo  ahora. Siento magia en sus ojos, en su mirada, en sus labios… Me hacía sentir más vivo que nunca.

La ceremonia empezaría al día siguiente a las 11:45. Eran las 20:00 y me encontraba en la casa de Samuel. Su madre estaba en mi casa, preparando con mi madre otros detalles. Se habían conocido hacia poco pero parecía que se conociesen de toda una vida. Seguro que estaban las tres, ella, mi madre y Valerie hablando de vestidos, zapatos, joyas y todas esas cosas que tanto les gustan a las chicas. Mientras, yo estaba con Samuel disfrutando de nuestra última tarde-noche como solteros. Nuestras respectivas madres, y en mi caso además mi hermana no nos dejaron, por otra parte, aprovechar de nuestra mañana. ¿Por qué siempre están las mujeres tan preocupadas con la ropa? Tanto su madre, como la mía creían que por alguna razón del universo nuestros trajes se habrían quedado pequeños, cortos, o se hubiesen manchado. Mi respuesta  fue “Mamá no ha salido del armario (no, esto no tiene ninguna connotación, hablaba del traje) ¿cómo va a haber encogido?” y su respuesta fue “Mejor prevenir que curar”. ¿Por qué  os cuento esto? Yo estaba con Samuel y nuestro romance.

-       ¿Sabes que en menos de veinticuatro horas seremos…?
-       No digas marido y marido, porque no hay frase que más gracia en todo el mundo que esa – le interrumpí antes de que pudiese acabar la frase. Samuel me miró raro -. A ver obviamente estoy orgulloso de que nos dejen casarnos y todo eso, pero debes admitir que la frase es graciosa.
-       Vale, sí lo es – antes de acabar la frase sus labios se juntaron con los míos. Después sus manos acariciaron suavemente mi pecho desnudo. Me gustaba la sensación de sentir su tacto en mi piel. – Oye, siempre lo hemos hecho de la misma manera. ¿Qué tal si probamos algo nuevo?
-       Samuel no me digas estas cosas. No quiero enterarme de que mi novio es un amante del sado el día antes de mi boda – hice una pequeña pausa y luego continué -. Reserva algo de romanticismo para cuando nos casemos.
-       No quería decir eso – cuando le miré a los ojos comprendí lo que quería decir.
-       ¿De verdad quieres?
-       He estado pensando y… no puedo saber si no me gusta si no lo he probado.

Me sentía raro en esa nueva posición. Habitualmente era Samuel el que se tumbaba en la cama y yo… bueno podéis imaginarlo. La sensación era algo distinta, pero me gustaba. Aunque me sentía estúpido. ¿Y si no le gustaba la manera en la que lo estaba haciendo? ¿Y si le estaba haciendo daño? Él no parecía quejarse, con lo cual debería estar haciendo bien mi labor. Me miró a los ojos y me dedicó una sonrisa. Sus labios formaron una palabra. Dos, más bien. “Te Quiero”. El brillo verde de sus ojos me sacó de mi ensimismamiento y me recordó todo lo que sentía al ver reflejadas mis pupilas en las suyas. Me acerqué a su cara para besarlo una última vez. Después de eso los dos estábamos tumbados en su cama. La fina tela de las sábanas era lo único que separaba nuestra desnudez del mundo real. Era nuestra barrera.

-       Podrías quedarte a dormir.
-       ¿Qué dices? Da mala suerte dormir con el novio la noche antes de la boda. Y estuve a punto de ver tu traje cuando llegué. No tentemos más a la suerte.
-       Gillopeces. ¿Enserio te crees esos cuentos de viejas? Además – añadió – la tontería del vestido es con las novias. Entre gays no importa.
-       Tú cree lo que quieras.
-       ¿Enserio no te quedas?
-       No. Samantha iba a ir a casa a enseñarme su vestido de dama de honor, y mi madre empezará a alterarse si no aparezco pronto. Te dejaré descansar y mañana nos veremos frente al…– iba a decir altar, hasta que me di cuenta que en los juzgados no hay altar, sólo una mesa. Tras mi pausa continué – Bueno nos veremos allí.
-       Te echaré de menos – exclamó dándome un cachete en el culo, cuando me agaché a recoger mis cosas. Cuando acabé de vestirme me acerqué a besarlo una última vez antes de irme -. Te quiero Alex.
-       Casi nunca me llamas Alex. Pero yo te quiero más Samuel.
-       Casi nunca me llamas Samuel…

Salí de su habitación riendo a carcajadas mientras él seguía riéndose tumbado en su cama. Agarré el pomo de la puerta, pero alguien más lo estaba haciendo girar.

-       Alexei, cariño ¿ya te vas? – preguntó la madre de Samuel.
-       Sí. Se me hace tarde. ¿Qué tal la merienda con mi madre y mi hermana?
-       Perfecta. Me ha encantado estar con ellas. En fin, ha sido un placer volver a verte. Mañana es el gran día. Creo que mi hijo no podría haber encontrado a nadie mejor.
-       Yo tampoco podría haber encontrado a nadie mejor que a Samuel. Es el hombre de mi vida.

Llegué a la calle habiendo dejado a mi novio riéndose en la cama y a su madre dedicándome una de las mayores sonrisas que había visto en toda mi vida. La desgraciada vida que tenía hace unos cuatro años, había dado un cambio radical. Ahora era perfecta. No encontraba nada que pudiese hacerme bajar de esa nube. 

Cuando llegué a mi casa allí estaban mi madre, mi hermana y la pobre Samantha esperándome. Me dijo que estuvo llamándome. Saqué el móvil de mi bolsillo y lo comprobé. Pues era verdad. Tenía 4 llamadas perdidas suyas. Yo y mi manía de llevar siempre el móvil en modo silencio. Mi madre me dijo que debería ponerlo en modo vibración, pero cuando lo llevo en el bolsillo soy incapaz de sentir la vibración del teléfono, así que no solía funcionar en mi caso.

Samantha se levantó del sofá en el que estaba sentada. Debería haberme dado cuenta de que la ropa que llevaba puesta no era la ropa con la que ella solía vestir. Llevaba un precioso vestido rojo del color de la sangre.

-       ¿Bueno qué? ¿Te gusta? -  me preguntó con una gran sonrisa en la cara.  
-       Sí, me encanta. Es precioso. Pero debería gustarte a ti, no a mí.
-       Alexei ¿dónde tienes la cabeza? Soy tu dama de honor. Y me pediste expresamente que mi vestido fuese rojo.
-       Mierda, es verdad. Se me había olvidado por completo.
-       Hombres – dijeron ella y mi madre a la par.

La verdad es que Sammy era una chica muy guapa. Podría haberme planteado salir con ella, pero era imposible, si las cosas hubieran sido diferentes y a mí me hubiesen gustado las chicas no dudo que le habría pedido salir en más de una ocasión. ¿Habría declinado ella mi oferta? Lo más posible es que sí. Las tías tienen esos códigos por los cuales no pueden enamorarse de un chico que es su amigo, o con el que tienen muchísima confianza. O quizás me lo estaba inventado todo. Es posible.

-       Hay que aprovechar ahora que todavía no se nota – sus manos acariciaron el vientre en el que descansaba “nuestro hijo”. Porque sí, de alguna manera era mi hijo con Samantha. Aunque ella solo era la madre biológica. Todos los cargos caerán sobre mí. – Sabes es curioso. Hubo un tiempo en que realmente pensé que tendríamos un hijo juntos pero nunca pensé que sería de esta forma.
-       Qué curioso – había dicho eso en voz alta. Mierda -. Quiero decir que, no sabía que pensases eso. Habría sido gracioso. Tu vestido es precioso. Y te queda genial. Es justo del color que había imaginado.

Así que Samantha también lo había pensado en algún momento. La idea de nosotros dos juntos vino a mi cabeza. Era algo muy raro. La tarde, la noche más bien, transcurría y mi madre seguía sacándonos comida. Era ella la preocupada porque no me entrase el traje, pero parecía que quería ver su miedo hecho realidad. Madre mía, parecía un buffet libre. Mi madre había preparado todas sus especialidades. Por desgracia mi estómago estaba lleno y eso que no había comido nada. Pero los nervios habían acabado con todas mis ganas de comer. Por lo visto había tenido el efecto contrario en Valerie y Sammy. Como decía mi madre “parecía que nos les habían dado nunca de comer”.

Una hora después, tras la cena que se comieron entre las tres, hablar de nervios, de cómo organizaríamos todo al día siguiente, y otra infinidad de temas, la conversación acabó degenerando en alguna mala serie de televisión para mujeres. Me despedí de Sammy que ya se iba y les di las buenas noches a las tres. Aun en el umbral de la puerta seguían hablando…dos mujeres… esto podría llevar horas. Me desearon buenas noches y subí por las escaleras.

Entré en mi cuarto. No sé porque me dio por ponerme a recogerlo. Estaba todo patas arriba. ¿Qué haría cuando Samuel y yo viviésemos juntos? ¿Algún día pasaría eso? Íbamos a casarnos, íbamos a tener un hijo juntos pero nunca habíamos hablado de convivencia. ¿Cómo se supone que íbamos a cuidarlo? Mi estómago empezó a arder y mis tripas se convirtieron pronto en un estruendo parecido al que causa un terremoto al impactar en una ciudad llena de grandes ciudades. Serían los nervios de la boda. Continué con mi labor  poniendo cada cosa en su sitio. Saqué todos mis libros de la estantería y por alguna extraña razón me dio por redistribuirlos. Los organicé en la estantería por saga, altura, color, y cuanto me había gustado, lo que me llevó bastante tiempo. Algunos incluso quedaron metidos un poco a presión. Tenía tantos libros y tan poco espacio… En el escritorio había otra pequeña montaña. En ella estaban todos mis preferidos. Y en lo alto el primer ejemplar de Zerkeliern. El simple hecho de tocarlo me parecía un sueño. De hecho me pellizqué varias veces después de sostenerlo entre mis manos para asegurarme de que no estaba viviendo en un sueño.                                                                
Llevé mis manos al cajón del escritorio, sostuve el agarrador en mis manos y empujé el cajón hacia mí para abrirlo. Allí estaba el cuaderno verde con las grandes letras blancas coronando la portada. My Sweet Lover. Tenía que escribir todo por lo que habíamos pasado la última semana, pues antes no había tenido tiempo y como no tenía sueño ¿Qué otra cosa podía hacer? Mis manos se acercaron al bolígrafo que colgaba del cuello y mis dedos se enlazaron entre cada centímetro del instrumento. Sabía de sobra que la tinta estaba agotada, pero no podía descolgármelo. Mañana lo llevaría por dentro del traje. Ha sido como un amuleto para mí todo este tiempo. Volví a abrir el cajón y saqué uno de los bolígrafos que había dentro para ponerme a escribir pero antes de que pudiese hacer nada, mi móvil se puso a sonar en algún lugar de la habitación. Rebusqué un poco y cuando conseguí agarrarlo me dispuse a descolgar y contestar, hasta que vi el nombre que rezaba en la pantalla. “Papá”. Antes de hacer otra cosa colgué y me volví a sentar en la silla de mi escritorio. El móvil volvió a sonar otras dos veces pero no lo cogí. Cuando conseguí que se callase metí la clavija de los auriculares por el agujero y puse música en mi móvil. Era una de las cosas que más me relajaban a la hora de escribir.

Cuando me di cuenta eran las 3 de la mañana. Me moría de sueño. Debería irme a dormir o mañana parecería un zombie con mis ojeras. Me desnudé. Me puse unos calzoncillos y una camiseta limpios y me metí en la cama. En invierno es muy reconfortante estar dentro de ellas, pero en verano es lo peor que pueda haber. A pesar de tener la persiana levantada y la ventana abierta de par en par hacía un calor abrasador. A grandes males, grandes remedios. Eché las sábanas para atrás (sí había deshecho la cama para nada) y empecé a dar vueltas en la cama. No sé cuánto tiempo tardé en dormirme. Tal vez ¿15 minutos? ¿20? ¿Quién sabe? Lo que sí sé es el último pensamiento que tuve antes de dormir. Y tenía nombre y apellido. Samuel Everett Corshion.

Me gustaría decir que me desperté pero sería mentir. Eran las 8.00 cuando mi hermana me despertó. Me empezaron a meter prisas y yo ni siquiera recordaba mi nombre. Es verdad. La boda. Quedaban unas tres horas. Debía prepararme. Casi me empujaron hasta la ducha. Por suerte conseguí que me dejaran desnudarme, entrar y enjabonarme a mí solo.
Abajo en la cocina mi madre me había preparado huevos con beicon para desayunar. Con tostadas. El desayuno preferido de mi padre. Hablando de mi padre, no le había contado a mi madre que me había llamado tres veces. Y ahora no era el momento. Estábamos todos de los nervios. Ya se lo diría después de la boda.
Sonó el timbre. Seria Samantha. Conociéndola se habría pasado ya vestida y todo a ayudarme con el traje y todo lo demás. La sorpresa me la llevé cuando abrí la puerta y no me encontré a Samantha. Era… Bryan. Mi primer compañero de cuarto del programa especial de la Universidad de Oxford. Es verdad, mi madre iba a ir a casa de Sammy a peinarse, la una a la otra, lo oí la otra noche cuando subía hacia mi cuarto y cuando ellas hablaban en el umbral de la puerta.

-       ¿Bryan qué haces aquí? – mis palabras quedaron ligeramente silenciadas después de nuestro abrazo.
-       He venido a tu boda tío. Tú me invitaste ¿recuerdas?
-       No, idiota. Digo aquí, en mi casa.
-       Llegué con unas horas de antelación y no iba a ir al juzgado directamente. Pensé además que necesitarías algo de ayuda. Y yo soy un experto en usar trajes y peinados – la verdad es que llevaba el traje perfecto. Era de un tono crema y su corbata hacia juego con la que yo llevaría, de un tono azul clarito. Su pelo iba 100% engominado pero me gustaba el estilo que había conseguido. Estaba muy guapo la verdad.
-       Oh mierda – escuché decir a mi hermana que acababa de entrar en la cocina mirando su reloj -. ¿Mamá estás lista ya?
-       Ya voy.

Las dos se iban a casa de Sammy a que ella las peinase. Mi madre iba guapísima con su vestido rosa fucsia. Llevaba el pelo mojado como recién lavado.

-       Alexei te veremos en el juzgado, ya sabes cómo somos las mujeres.
-       No sé preocupe señora yo cuidaré del pequeño Alex – exclamó Bryan enmarañándome el pelo.
-       Está bien. Os quiero.

Mi madre  y mi hermana salieron por la puerta y yo subí con Bryan por las escaleras de camino a mi cuarto. ¿Eran las 10 ya? Iba un poco pillado de tiempo. Bryan sugirió que debería desnudarme para ponerme el traje. Tardó en darse cuenta de que las 5 semanas que compartimos aquella habitación era él el que salía del baño con poco más que una toalla y yo salía completamente cambiado. Pero no tenía tiempo de andarme con tonterías. Me cambié de ropa interior y empecé a vestirme ayudado de Bryan.

-       No te preocupes. Es más fácil de lo que parece.
-       ¿Tú crees? – mis manos intentaban abrochar el botón del pantalón pero no lo conseguían.
-       No lo creo – me apartó las manos, agarró las costuras del pantalón y consiguió abrochar el botón en menos de dos segundos -. Lo sé.

También fue Bryan el que me ayudó con el nudo de la corbata, algún botón de la camisa y además forcejeé con él un poco, pero finalmente conseguí convencerle de que me dejase llevar puesto mi bolígrafo. Menos mal que había venido ¿Lo habría conseguido sin él? Me tranquilizó diciéndome “Todo saldrá bien, no te preocupes”. Me hizo sentarme en la silla de mi escritorio para así poder peinarme con mayor facilidad. Después de 10 minutos y medio bote de gel fijador para el pelo, lo había conseguido estaba preparado. Pero llegaba tarde. Eran las 10.52 cuando acabamos.

El  juzgado estaba a unos 10 minutos de mi casa andando. Salimos a toda prisa y gracias a dios mi madre había dejado el coche aparcado. Ya pensé que llegaría al juzgado con el traje como si fuese la equipación de un equipo de fútbol tras un partido de 90 minutos. Bryan se montó en el asiento del piloto y yo en el del copiloto. No pasaba nada si llegaba 2 o 3 minutos tarde. Esperaba que Samuel no se preocupase mucho.

Estábamos parados en un semáforo a dos manzanas del recinto. El reloj del coche de mi madre marcaba las 10.57. Mi móvil las 10.59. Bryan arrancó cuando se puso en verde. Entonces mi móvil volvió a sonar, esperaba que fuese Samuel pero volvía a ser mi padre. Una parte de mí pensaba que debía cogerlo.

-       ¿No vas a cogerlo?
-       No, es mi padre. Y ya sabes lo que pasó.
-       Vamos Alex cógelo.
-       No quiero cogerlo.
-       Cógelo tío – una de las manos de Bryan soltó el volante e intentaron agarrar mi móvil para agarrarlo y sus ojos me miraban. Intentaba forcejear conmigo – Tío debe ser importante si te ha llamado varias veces.
-       No pienso cogerl…- antes de poder contestar escuché un fuerte pitido y sentí toda la presión del mundo ejerciéndose sobre mí.

Lo último que recuerdo es un fuerte golpe.

Después de eso todo se volvió oscuro.

En alguna parte un hombre que quería hablar con su hijo no cejaba en su empeño y seguía llamando sin descanso.

Sin embargo su hijo no contestaría al teléfono.

No podía hacerlo aunque quisiera.

Porque su hijo…

Estaba inconsciente.


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