Capítulo 2.
El dolor de cabeza que sentía recorría hasta el último
centímetro de todo mi cuerpo. ¿A qué hora habría llegado a casa? No recordaba
nada de la anterior noche. ¿Por qué estaba todo tan oscuro? Yo siempre dormía
con las persianas subidas. Me giré en la cama y sentí la respiración de otra
persona. ¿Qué había hecho? ¿Dónde estaba Sammy?
Me sentía muy ligero. No había ropa interior que cubriese
mis partes más íntimas. ¡Oh Dios! ¿Cómo podría haberme traído a un chico a
casa? Mis padres aún no saben nada de mi homosexualidad. Me van a matar cuando
se enteren. Esperaba que al menos el otro chico no estuviese desnudo, pero no
podía ver nada. Sólo veo que el reloj despertador de la mesilla marca las 8.45
a.m. Un momento. En mi cuarto no hay reloj despertador. Eso sólo podía
significar una cosa. Estaba en la casa del otro chico.
Subí un poco las persianas para que entrase algo de luz.
El otro chico estaba sin camiseta. Mierda. Busqué mi ropa, mi móvil, y demás
pertenencias como pude en la oscuridad. Me vestí e intenté salir de la
habitación e incluso de la casa. Estaba abriendo la puerta de la habitación
cuando algo me interrumpió
- ¿Vas
a alguna parte guapo? – dijo al tiempo que encendía la lámpara que estaba en su
mesita de noche -.
- Pues…
- cuando lo miré a los ojos empecé a recordar algo. Sus ojos color verde
esmeralda que parecían hechos de jade, su cabello rubio que parecía azotado por
los rayos del sol , y esos rasgos faciales que hizo que perdiera el sentido –
lo siento pero no recuerdo nada de lo que ocurrió anoche. Sólo recuerdo que te
me acercaste, estuvimos hablando y… no recuerdo nada más. ¿Qué ha pasado esta
noche?
- ¿Entre
nosotros? – su voz sonaba bastante ronca aunque yo la recordaba mucho más
dulce, no sé si es que su voz estaba dañada por los gritos de la fiesta o es
sólo que yo me imaginé la dulzura de su voz, producto del alcohol - ¿A ti que
te parece?
- ¿Hemos…?
Quiero decir que tú y yo nos hemos…
- ¿Acostado?
Por supuesto. ¿Qué iban a hacer sino dos hombres gay desnudos en la misma cama?
- ¿Dónde
está Sammy?
- Veo,
que recuerdas mi nombre.
- ¿Tu
nombre? - ¿a que se referiría? – Yo estaba hablando de mi amiga…
- Ah,
Samantha. Estuvo lo suficientemente ocupada anoche. No te preocupes al fin y al
cabo era su cumpleaños, y su fiesta – se ve que no pudo pasar por alto mi cara
de ignorancia – Por cierto, ya que veo que no lo captas del todo… Mi nombre es
Samuel.
- Yo
soy…
- Alexei.
Descuida, lo sé.
No puedo expresar con palabras la vergüenza que sentí en
ese momento. Ese chico el cual, para que
vamos a negarlo, me parecía guapísimo recordaba mi nombre y yo no había sido
capaz de recordar el suyo. No sé que me había pasado. Yo casi nunca bebo.
Miré a mi alrededor y vi que su habitación era bastante
sencilla. No muy grande. Tenía un armario multicolor que recordaba a la
“colección puzle” de los juegos de Animal Crossing, un escritorio dónde tenía
los libros que usaba para estudiar, una mesa pequeña en una esquina dónde había
una televisión a la que había conectada una consola y por la pared había
pósters de sus grupos de música favorito.
Samuel me contó toda la historia de lo que ocurrió la
otra noche. Yo estaba sólo en un rinconcito cuando él se acercó y empezamos a
hablar. Se notaba que había feeling entre nosotros pero cómo yo estaba algo
parado decidió invitarme a un par de copas. Yo había ido a la fiesta para
pasarla con mi amiga Samantha pero ella estuvo toda la noche de aquí para allá
bailando con unos, con otros, haciéndose fotos, etc. Eso me cabreó mucho y
empecé a beber cada vez más y más junto a Samuel. Según él, estuvimos hablando
largo y tendido. Bueno, más bien yo hablaba sobre cómo me sentía porque
Samantha me hubiese dejado sólo y él me escuchaba. Al final empezamos a
acaramelarnos más y más cada vez. Estuvimos bailando y cuando en los altavoces
del local del tío de Sammy empezó a
sonar una canción lenta, la versión acústica de Titanium concretamente, pero no
la original sino la cover de Madilyn Bailey una cantante de Youtube, nos
besamos. Es triste no recordar tu primer beso. Y mucho más no recordar mi
primera vez. Yo estaba esperando a que apareciese el indicado y resulta que al
final lo he hecho con un chico que conocí en una fiesta y no lo recuerdo.
- Tengo,
tengo que irme – solté con nerviosismo cuando vi que ya eran 9.15 a.m – mis
padres estarán preocupados, y también Sammy.
- Está
bien. Tienes guardado mi número. Cuando quieras podemos hablar o quedar, o…
- Lo
siento, pero esto ha sido un error.
Comprobé mis bolsillos para comprobar que estaba todo en
su sitio. Me pareció oír a Samuel decir algo como “tranquilo, no te he robado
nada”. Me despedí de él y me fui.
¿Cómo iba a explicárselo a mis padres? Sería una escena
perfecta. “Hola mamá. Papá. Vengo de la casa de un chico con el que me he
acostado. Por cierto, soy gay”. Saqué el móvil del bolsillo de mi cazadora.
Tenía 10 llamadas perdidas y un mensaje. Las 10 llamadas perdidas eran de mi
madre. Estaría preocupadísima. El mensaje era de Samantha.
"Alex. ¿Dónde te
metiste? No volví a verte en toda la noche.
Tu madre estaba
preocupadísima. Tranquilo al final contactó
conmigo. Le
dije que te habías quedado sin batería. Por suerte
contacté con
ella cuando ya no había ruido y le dije que te
habías quedado
a dormir en casa y que estabas dormido.
Igual está muy
enfadada. No creo que nada te ahorre la
bronca. Llámame
en cuanto puedas, tenemos que hablar."
El mensaje me lo había dejado a las 2.45 de la madrugada.
Supongo que la fiesta no acabó muy tarde.
Salí del portal de la casa de Samuel. Comprobé los
contactos de mi móvil y era verdad. Había un nuevo contacto. “Samuel <3”.
Odio lo cursi que soy a veces. En la calle hacía mucho frío. El aire me
golpeaba los sesos y aumentaba mi dolor de cabeza. Al mirar a mi alrededor me
di cuenta de que Samuel no vivía a más de dos manzanas de mi casa.
Busqué las llaves en los diferentes bolsillos tanto de mi
chaqueta cómo de mi vaquero hasta encontrarlas. Abrí la verja de fuera. Mi casa
no era nada del otro mundo. Tras la verja un camino de piedras te conducía
hasta el umbral de la casa decorado con dos columnas de estilo jónico (mi madre
es una gran amante del arte). Abrí la puerta y entré. Se oían ruidos en el
cuarto de estar. La televisión estaba encendida y era domingo. Las 9.45. Sólo
mi madre estaría despierta un domingo a esas horas. En cuanto me oyó llegar
apareció frente a mí hecha una fiera. Tenía el pelo castaño (más oscuro que el
de mi hermana) enmarañado. Llevaba puesta una bata rosa de andar por casa y
zapatillas a juego. Su ceja izquierda estaba levanta lo que no era buena señal.
- Alexei
Michael River – había utilizado mi nombre completo, esto era serio.- ¿Se puede
saber dónde te habías metido? Estaba preocupadísima. Si no llega a ser por
Samantha…
- Tranquila.
Estoy bien. Es solo que el móvil se me quedó sin batería.
- ¿Sabes
lo preocupada que he estado?
- Lo
siento mamá.
- Gracias
a dios tu padre piensa que seguías dormido. No se ha enterado de nada. Ya sabes
que tiene el sueño profundo.
- ¿Dónde
está ahora?
- Ha
ido a comprar el periódico.
15 minutos más tarde oí desde la silla de mi escritorio
el timbre que sonaba abajo. Era mi padre. Mi madre era muy sobreprotectora
conmigo y siempre me defendía delante de mi padre si me metía en algún lío.
Aunque a mis 17 años este es uno de los primeros líos en los que me meto si
pasamos por alto aquella ocasión en que estaba jugando con Valerie y “secuestramos”
al gato de la Señora Smith, y digo secuestramos porque Valerie quería llevarse
el gato consigo a casa y yo decidí agarrarlo y llevarlo, aunque me llevé unos
cuantos arañazos… Pero al igual que en esta ocasión mi padre no se enteró de
nada.
Mi cabeza seguía pareciendo un bombo. Me dolía a rabiar.
Intenté ponerme a estudiar sin ningún éxito, pues cuando empezaba a leer la
primera palabra las letras empezaban a cambiarse de sitio unas con otras. Esto
es lo que deben de sentir los disléxicos. Me tumbé en la cama. Eran las 10.30.
¿Cómo me iba a dormir a estas horas? Bueno, una cabezadita.
Después de estar girando de un lado a otro intentando
dormir, sin ningún éxito tampoco pensé en los métodos que usan las abuelas
cuando sus nietos no pueden dormir. Ellas siempre dicen que intentemos contar
ovejas. Cuán graciosa resultaba imaginar esta imagen en mi cabeza. Al tiempo
que mi cerebro intentaba contar ovejitas, reproducía alguna de las canciones
que sonaron en el cumpleaños de Sammy. Se ve que las abuelas no pensaban en sus
nietos cuando estuviesen resacosos. Cuando en mi cabeza se juntaron 10 ovejas
montaron su propia fiesta. Debían ser los delirios del alcohol.
Me levanté. Cuando me vi en el espejo me di cuenta de que
todavía llevaba la misma ropa, mis pupilas habían tomado un color escarlata muy
marcado y mi pelo negro como el azabache estaba todo enmarañado. Lo mejor sería
darme una duchita.
El agua caía a chorros y empapaba cada centímetro de mi
cuerpo. Esto es lo que necesitaba… una duchita de agua templada para relajarme
y despejarme. Fuera de la ducha hacía frío y la toalla que sólo me cubría de
cintura para abajo no era lo suficiente como para entrar en calor. Me sequé
bien, me puse ropa limpia y… Listo.
Acomodé como pude mi pelo. Ahora parecía bastante más
decente que antes. Ahora lucía otros vaqueros y otra sudadera diferente. Es lo
único que tengo en mi armario. La sudadera era de color burdeos, comúnmente conocido
como granate, y el vaquero en esta ocasión era negro.
En el piso de abajo mi padre estaba sentado en su butaca
beige leyendo el periódico. En la portada se encontraba la imagen de una ciudad
devastada y destruida cuyo titular rezaba “Nuevo terremoto en China”. En una
esquina dejaba un pequeño hueco para los titulares deportivos pero esos me
interesaban bastante menos. A veces pienso que mi padre está ciego. Tenía la
cabeza completamente metida en el periódico. Sus gafas de ver de cerca estaban
sujetas por el prominente puente de su nariz a punto de caerse. La nariz era lo
único que me diferenciaba de mi padre, pues yo había heredado la de mi madre.
Eso y el pelo, pues el suyo estaba lleno de canas, aunque en un origen fue
igual de negro que el mío. Ya sabía lo que me deparaba el futuro.
Aún sentía la boca como pastosa y estaba cansado. Pero
puesto que no podía estudiar ni dormir decidí salir a dar un paseo. Antes tenía
que hablar con mi padre.
- El
pequeño Alexei se digna por fin a levantarse.
- Buenos
días, papá.
- ¿Vas
a alguna parte? Recuerda que tienes los exámenes finales en poco tiempo.
- Lo
sé papá. Lo llevo bien. Nunca he sacado una nota más baja de 8. Además, voy a
la…librería sí, eso. A comprar un nuevo libro. Los que tengo ya los he leído.
- Perfecto.
Mi padre pensaba que había dormido en casa toda la noche.
Mi verdadero destino era la casa de Sammy. Tenía que hablar con ella. Tenía que
darle las gracias y preguntarle muchas cosas.
Llegué al umbral de su casa y llamé al timbre. Se abrió
la puerta y me recibieron unos ojos verdes coronados por una melena pelirroja.
Era Sammy. Tenía los ojos muy rojos. No era posible que hubiese bebido tanto.
Antes de que pudiese decir nada Samantha se tiró a mis hombros y se puso a
llorar. Entonces recordé el mensaje que me encontré en el móvil después de
salir de casa de Samuel. Aquel mensaje acababa de una forma un tanto extraña.
“Llámame en cuanto puedas, tenemos que hablar.”
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