domingo, 16 de febrero de 2014

Capítulo 2

Bueno, lo prometido es deuda. Es domingo y aquí está el segundo capítulo. Espero tener título para la historia para el domingo que viene. Esta misma tarde también he acabado de leer Play de Javier Ruescas y es muy probable que mañana os suba mi opinión sobre el libro, mientras tanto os dejo con el segundo capítulo de mi historia.

Capítulo 2.
El dolor de cabeza que sentía recorría hasta el último centímetro de todo mi cuerpo. ¿A qué hora habría llegado a casa? No recordaba nada de la anterior noche. ¿Por qué estaba todo tan oscuro? Yo siempre dormía con las persianas subidas. Me giré en la cama y sentí la respiración de otra persona. ¿Qué había hecho? ¿Dónde estaba Sammy?
Me sentía muy ligero. No había ropa interior que cubriese mis partes más íntimas. ¡Oh Dios! ¿Cómo podría haberme traído a un chico a casa? Mis padres aún no saben nada de mi homosexualidad. Me van a matar cuando se enteren. Esperaba que al menos el otro chico no estuviese desnudo, pero no podía ver nada. Sólo veo que el reloj despertador de la mesilla marca las 8.45 a.m. Un momento. En mi cuarto no hay reloj despertador. Eso sólo podía significar una cosa. Estaba en la casa del otro chico.
Subí un poco las persianas para que entrase algo de luz. El otro chico estaba sin camiseta. Mierda. Busqué mi ropa, mi móvil, y demás pertenencias como pude en la oscuridad. Me vestí e intenté salir de la habitación e incluso de la casa. Estaba abriendo la puerta de la habitación cuando algo me interrumpió
-       ¿Vas a alguna parte guapo? – dijo al tiempo que encendía la lámpara que estaba en su mesita de noche -.
-       Pues… - cuando lo miré a los ojos empecé a recordar algo. Sus ojos color verde esmeralda que parecían hechos de jade, su cabello rubio que parecía azotado por los rayos del sol , y esos rasgos faciales que hizo que perdiera el sentido – lo siento pero no recuerdo nada de lo que ocurrió anoche. Sólo recuerdo que te me acercaste, estuvimos hablando y… no recuerdo nada más. ¿Qué ha pasado esta noche?
-       ¿Entre nosotros? – su voz sonaba bastante ronca aunque yo la recordaba mucho más dulce, no sé si es que su voz estaba dañada por los gritos de la fiesta o es sólo que yo me imaginé la dulzura de su voz, producto del alcohol - ¿A ti que te parece?
-       ¿Hemos…? Quiero decir que tú y yo nos hemos…
-       ¿Acostado? Por supuesto. ¿Qué iban a hacer sino dos hombres gay desnudos en la misma cama?
-       ¿Dónde está Sammy?
-       Veo, que recuerdas mi nombre.
-       ¿Tu nombre? - ¿a que se referiría? – Yo estaba hablando de mi amiga…
-       Ah, Samantha. Estuvo lo suficientemente ocupada anoche. No te preocupes al fin y al cabo era su cumpleaños, y su fiesta – se ve que no pudo pasar por alto mi cara de ignorancia – Por cierto, ya que veo que no lo captas del todo… Mi nombre es Samuel.
-       Yo soy…
-       Alexei. Descuida, lo sé.
No puedo expresar con palabras la vergüenza que sentí en ese momento. Ese chico  el cual, para que vamos a negarlo, me parecía guapísimo recordaba mi nombre y yo no había sido capaz de recordar el suyo. No sé que me había pasado. Yo casi nunca bebo.
Miré a mi alrededor y vi que su habitación era bastante sencilla. No muy grande. Tenía un armario multicolor que recordaba a la “colección puzle” de los juegos de Animal Crossing, un escritorio dónde tenía los libros que usaba para estudiar, una mesa pequeña en una esquina dónde había una televisión a la que había conectada una consola y por la pared había pósters de sus grupos de música favorito.
Samuel me contó toda la historia de lo que ocurrió la otra noche. Yo estaba sólo en un rinconcito cuando él se acercó y empezamos a hablar. Se notaba que había feeling entre nosotros pero cómo yo estaba algo parado decidió invitarme a un par de copas. Yo había ido a la fiesta para pasarla con mi amiga Samantha pero ella estuvo toda la noche de aquí para allá bailando con unos, con otros, haciéndose fotos, etc. Eso me cabreó mucho y empecé a beber cada vez más y más junto a Samuel. Según él, estuvimos hablando largo y tendido. Bueno, más bien yo hablaba sobre cómo me sentía porque Samantha me hubiese dejado sólo y él me escuchaba. Al final empezamos a acaramelarnos más y más cada vez. Estuvimos bailando y cuando en los altavoces del local del tío de Sammy  empezó a sonar una canción lenta, la versión acústica de Titanium concretamente, pero no la original sino la cover de Madilyn Bailey una cantante de Youtube, nos besamos. Es triste no recordar tu primer beso. Y mucho más no recordar mi primera vez. Yo estaba esperando a que apareciese el indicado y resulta que al final lo he hecho con un chico que conocí en una fiesta y no lo recuerdo.
-       Tengo, tengo que irme – solté con nerviosismo cuando vi que ya eran 9.15 a.m – mis padres estarán preocupados, y también Sammy.
-       Está bien. Tienes guardado mi número. Cuando quieras podemos hablar o quedar, o…
-       Lo siento, pero esto ha sido un error.
Comprobé mis bolsillos para comprobar que estaba todo en su sitio. Me pareció oír a Samuel decir algo como “tranquilo, no te he robado nada”. Me despedí de él y me fui.
¿Cómo iba a explicárselo a mis padres? Sería una escena perfecta. “Hola mamá. Papá. Vengo de la casa de un chico con el que me he acostado. Por cierto, soy gay”. Saqué el móvil del bolsillo de mi cazadora. Tenía 10 llamadas perdidas y un mensaje. Las 10 llamadas perdidas eran de mi madre. Estaría preocupadísima. El mensaje era de Samantha.

    "Alex. ¿Dónde te metiste? No volví a verte en toda la noche.
    Tu madre estaba preocupadísima. Tranquilo al final contactó
    conmigo. Le dije que te habías quedado sin batería. Por suerte
    contacté con ella cuando ya no había ruido y le dije que te
    habías quedado a dormir en casa y que estabas dormido.
    Igual está muy enfadada. No creo que nada te ahorre la
    bronca. Llámame en cuanto puedas, tenemos que hablar."

El mensaje me lo había dejado a las 2.45 de la madrugada. Supongo que la fiesta no acabó muy tarde.
Salí del portal de la casa de Samuel. Comprobé los contactos de mi móvil y era verdad. Había un nuevo contacto. “Samuel <3”. Odio lo cursi que soy a veces. En la calle hacía mucho frío. El aire me golpeaba los sesos y aumentaba mi dolor de cabeza. Al mirar a mi alrededor me di cuenta de que Samuel no vivía a más de dos manzanas de mi casa.
Busqué las llaves en los diferentes bolsillos tanto de mi chaqueta cómo de mi vaquero hasta encontrarlas. Abrí la verja de fuera. Mi casa no era nada del otro mundo. Tras la verja un camino de piedras te conducía hasta el umbral de la casa decorado con dos columnas de estilo jónico (mi madre es una gran amante del arte). Abrí la puerta y entré. Se oían ruidos en el cuarto de estar. La televisión estaba encendida y era domingo. Las 9.45. Sólo mi madre estaría despierta un domingo a esas horas. En cuanto me oyó llegar apareció frente a mí hecha una fiera. Tenía el pelo castaño (más oscuro que el de mi hermana) enmarañado. Llevaba puesta una bata rosa de andar por casa y zapatillas a juego. Su ceja izquierda estaba levanta lo que no era buena señal.

-       Alexei Michael River – había utilizado mi nombre completo, esto era serio.- ¿Se puede saber dónde te habías metido? Estaba preocupadísima. Si no llega a ser por Samantha…
-       Tranquila. Estoy bien. Es solo que el móvil se me quedó sin batería.
-       ¿Sabes lo preocupada que he estado?
-       Lo siento mamá.
-       Gracias a dios tu padre piensa que seguías dormido. No se ha enterado de nada. Ya sabes que tiene el sueño profundo.
-       ¿Dónde está ahora?
-       Ha ido a comprar el periódico.

15 minutos más tarde oí desde la silla de mi escritorio el timbre que sonaba abajo. Era mi padre. Mi madre era muy sobreprotectora conmigo y siempre me defendía delante de mi padre si me metía en algún lío. Aunque a mis 17 años este es uno de los primeros líos en los que me meto si pasamos por alto aquella ocasión en que estaba jugando con Valerie y “secuestramos” al gato de la Señora Smith, y digo secuestramos porque Valerie quería llevarse el gato consigo a casa y yo decidí agarrarlo y llevarlo, aunque me llevé unos cuantos arañazos… Pero al igual que en esta ocasión mi padre no se enteró de nada.
Mi cabeza seguía pareciendo un bombo. Me dolía a rabiar. Intenté ponerme a estudiar sin ningún éxito, pues cuando empezaba a leer la primera palabra las letras empezaban a cambiarse de sitio unas con otras. Esto es lo que deben de sentir los disléxicos. Me tumbé en la cama. Eran las 10.30. ¿Cómo me iba a dormir a estas horas? Bueno, una cabezadita.
Después de estar girando de un lado a otro intentando dormir, sin ningún éxito tampoco pensé en los métodos que usan las abuelas cuando sus nietos no pueden dormir. Ellas siempre dicen que intentemos contar ovejas. Cuán graciosa resultaba imaginar esta imagen en mi cabeza. Al tiempo que mi cerebro intentaba contar ovejitas, reproducía alguna de las canciones que sonaron en el cumpleaños de Sammy. Se ve que las abuelas no pensaban en sus nietos cuando estuviesen resacosos. Cuando en mi cabeza se juntaron 10 ovejas montaron su propia fiesta. Debían ser los delirios del alcohol.
Me levanté. Cuando me vi en el espejo me di cuenta de que todavía llevaba la misma ropa, mis pupilas habían tomado un color escarlata muy marcado y mi pelo negro como el azabache estaba todo enmarañado. Lo mejor sería darme una duchita.
El agua caía a chorros y empapaba cada centímetro de mi cuerpo. Esto es lo que necesitaba… una duchita de agua templada para relajarme y despejarme. Fuera de la ducha hacía frío y la toalla que sólo me cubría de cintura para abajo no era lo suficiente como para entrar en calor. Me sequé bien, me puse ropa limpia y… Listo.
Acomodé como pude mi pelo. Ahora parecía bastante más decente que antes. Ahora lucía otros vaqueros y otra sudadera diferente. Es lo único que tengo en mi armario. La sudadera era de color burdeos, comúnmente conocido como granate, y el vaquero en esta ocasión era negro.
En el piso de abajo mi padre estaba sentado en su butaca beige leyendo el periódico. En la portada se encontraba la imagen de una ciudad devastada y destruida cuyo titular rezaba “Nuevo terremoto en China”. En una esquina dejaba un pequeño hueco para los titulares deportivos pero esos me interesaban bastante menos. A veces pienso que mi padre está ciego. Tenía la cabeza completamente metida en el periódico. Sus gafas de ver de cerca estaban sujetas por el prominente puente de su nariz a punto de caerse. La nariz era lo único que me diferenciaba de mi padre, pues yo había heredado la de mi madre. Eso y el pelo, pues el suyo estaba lleno de canas, aunque en un origen fue igual de negro que el mío. Ya sabía lo que me deparaba el futuro.
Aún sentía la boca como pastosa y estaba cansado. Pero puesto que no podía estudiar ni dormir decidí salir a dar un paseo. Antes tenía que hablar con mi padre.
-       El pequeño Alexei se digna por fin a levantarse.
-       Buenos días, papá.
-       ¿Vas a alguna parte? Recuerda que tienes los exámenes finales en poco tiempo.
-       Lo sé papá. Lo llevo bien. Nunca he sacado una nota más baja de 8. Además, voy a la…librería sí, eso. A comprar un nuevo libro. Los que tengo ya los he leído.
-       Perfecto.
Mi padre pensaba que había dormido en casa toda la noche. Mi verdadero destino era la casa de Sammy. Tenía que hablar con ella. Tenía que darle las gracias y preguntarle muchas cosas.
Llegué al umbral de su casa y llamé al timbre. Se abrió la puerta y me recibieron unos ojos verdes coronados por una melena pelirroja. Era Sammy. Tenía los ojos muy rojos. No era posible que hubiese bebido tanto. Antes de que pudiese decir nada Samantha se tiró a mis hombros y se puso a llorar. Entonces recordé el mensaje que me encontré en el móvil después de salir de casa de Samuel. Aquel mensaje acababa de una forma un tanto extraña.

“Llámame en cuanto puedas, tenemos que hablar.”

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