¿Soy
la única persona cuyo cerebro vive en un estado de duda constante?
Siento
como si en infinidad de ocasiones me asaltasen las dudas y los sentimientos de
mi corazón regurgitasen en mi interior como las abejas de un panal que trabajan
juntas para conseguir la miel.
En
mi estómago no siento mariposas, lindos animales de colores que vuelan sin
hacer daño a nadie, simplemente aportando belleza cromática a este mundo que yo
percibo tan gris.
En
mi estómago, siento abejas asesinas de las que clavan el aguijón e impregnan hasta
la última gota de sangre de veneno. Un aguijón que se siente como mil espinas
en el corazón. Ni el más impresionante remedio podría curarlo. Pues nada puede
sanar un corazón roto.
A
percepción de las demás personas costaría decir que mi cerebro está en continuo
funcionamiento, intentando resolver las dudas y misterios que asolan mi
corazón, ya que no permito que nadie vea en mi cara algo que no sea la más
optimista de las sonrisas, tan optimista que sería capaz de curar hasta la más
peligrosa enfermedad.
Sin
embargo, tengo miedo. ¿Y si no soy lo que se espera de mí? ¿Y si no soy igual a
los demás? ¿Y si…? ¡Un momento! Ese es el problema. No soy igual a los demás.
Da miedo, en ocasiones, hablar por miedo a que los demás te rechacen, que se rían
de ti o se metan contigo por el simple hecho de tener pensamientos y/o gustos
diferentes.
Un
pensamiento. Un sueño. Un molinillo de viento que se escapa por la ventana con
todas mis esperanzas entre sus finas y blancas ramas de algodón.
Volvamos
a lo anterior. ¿Y si no caigo bien? ¿Y si fracaso? ¿Y si me caigo y no recuerdo
cómo mover mis piernas para volver a levantarme? ¿Y si me confundo a mí mismo?
¿Y si confundo a los demás? ¿Y si lo que pienso que es amistad es amor? ¿Y si
pienso que lo que es amor es, en realidad, amistad? ¿Es este mi sitio? ¿Es esto
lo que realmente quiero?
Ojalá
pudiese encontrar las respuestas. Pero no es así. Las respuestas están ocultas
en una caja fuerte cuya contraseña desconozco, en material de titanio imposible
de romper por mis propios medios.
¿Necesito
salir?
¿Necesito
huir?
¿Qué necesito?
No
me gustaría que nadie se equivoque por mis besos, por mis abrazos. Es algo que
necesito. El gigante que vive dentro de mí minimiza su tamaño hasta reducirse a
cenizas cuando siento que alguien me protege.
Un
abrazo cálido y duradero. El olor de la otra persona. Dos besos, uno en cada
una de las rosadas mejillas de la otra persona; a la altura de los pómulos.
Una
mirada.
Y
es entonces cuando viene la confusión.
Una
oscuridad dentro de mí en la que caigo cada vez que duermo y aparece uno de mis
sueños malvados. El monstruo.
¿Es
mío el problema?
Debería
dejar de pensar, de dar vueltas a todo. Al final voy a terminar mareado y
entonces sí que me será imposible encontrar la salida de mis pensamientos.
Dejar que se esfumen como el humo de un cigarrillo se consume a los segundos de
ser expirado y encontrarse con la frialdad del mundo.
La
última de mis dudas es… ¿cómo?
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