domingo, 26 de octubre de 2014

Reflexión 1: Destino

Buenas noches soñadores. Sé que he tenido esto bastante abandonado últimamente pero el verano me quitó toda la energía y he estado envuelto en aquel proyecto que os conté que escribiría pero que no subiría aquí. Nunca he dejado de escribir. Siempre tengo una historia en mi cabeza. Pero no puedo escribirlo todo a la vez. El otro día mil sentimientos en uno aparecieron en mí y me apetecía escribir una pequeña entrada de reflexión y aquí os la dejo, por si la queréis leer. ¿Seguiré subiendo cosas a este blog? Eso espero. Pero entre la universidad, mil proyectos que tengo en mente y otras cosas que me hacen sentir feliz abarcan gran parte de mi tiempo, pero lo intentaré. A ver si consigo organizarme, mientras tanto, ahí va, mi pequeña reflexión:


Destino

Es indescriptible cuantos sentimientos se pueden suceder en nuestro interior en un fragmento de tiempo tan corto como una milésima de segundo. 
 Hay veces que nos sentimos decaídos, que pensamos que nada importa y que todo ha perdido el sentido. En esos momentos solo quieres morir, encerrarte en tu cuarto tumbado en la cama en posición fetal esperando a que la parca de la muerte venga a recoger los últimos restos de tu cadáver putrefacto. Será ese momento en el que pensarás ¿Qué he estado haciendo con mi vida? Un sabio dijo una vez "Nadie dijo que fuera fácil" y no le faltaba razón, porque la vida no es fácil, pero en vez de ponerle malas caras a las situaciones podemos paliarlas diciendo "Aquí estoy yo, y nada va a poder conmigo". Puede que en ocasiones sintamos que no valemos nada y que no tenemos la fuerza suficiente para seguir adelante. En estos casos yo siempre repito en mi cabeza mi palabra favorita, como si de un mantra se tratase. ¿Sabéis cuál es esa palabra? Imposible. Y hay una razón muy clara por la que esta es mi palabra favorita. Nada en esta vida es imposible. Existen los improbables, pero nunca existirán los imposibles. No si luchas por ello con todas tus fuerzas. No obstante, tampoco es algo que podamos creernos al cien por cien. Es imposible que nos surjan alas de la espalda y podamos alzar el vuelo como un ave fénix. ¿De verdad eso es imposible? Puede que lo fuese con anterioridad, pero a día de hoy hemos avanzado de manera escandalosa. Podemos fabricar nuestras propias alas. Una mochila a reacción, o lo que sea que queramos, simplemente tenemos que creer en nosotros mismos y en nuestras capacidades para afrontar las dificultades que la vida nos pone por delante. Según dijo C.S. Lewis una vez “las dificultades preparan a personas comunes para destinos extraordinarios”. Nadie conseguirá nada sin luchar por ello. Aunque creamos lo contrario. La verdad, siempre he creído en ese fatus del que hablaban los antiguos romanos, para nosotros, el destino. Hay personas que creen en dios, hay personas supersticiosas… Yo me dejo llevar siempre por mi corazón y por mi destino. Entre los que creen en el destino, podemos encontrar una nueva ramificación. Están aquellos que piensan que el destino es algo innato, algo con lo que hemos nacido, como si nuestras acciones estuvieran marcadas por un tatuaje invisible que nos llevaría hasta ese final; y aquellos que piensan que el destino se puede cambiar. ¿En cuál de los dos estados me encuentro yo? Creo que por mis palabras habría sido fácil de deducir. Creo firmemente que el destino se puede cambiar. Quizá a veces parezca que me debata un poco entre ambas opiniones, pues la gran mayoría de las veces que algo pasa pienso “estaba escrito en mi destino” o “el destino ha querido que así sea”. Pero no nos engañemos, tenemos esa capacidad de cambiarlo. Lo sé, suena contradictorio cuanto menos, sin embargo son las contradicciones las que pueden llevarnos a alcanzar la verdad absoluta. Hace poco más de un mes estaba en mi cama viendo el capítulo de una nueva serie y hubo un párrafo que me marcó tanto que llegué a aprendérmelo de memoria con sólo oírlo una vez. Decía así: 
“¿No estás cansado de ser siempre el niño pobre? ¿De qué todos te miren por encima del hombro aunque sepas que eres mejor que ellos? Pues todo eso se puede acabar, si tienes la ambición necesaria para que tu mundo cambie” 
Ambición. Valor. Confianza. Destino. Felicidad. 
Son los cinco pilares que mueven los cimientos de mi vida. Pues hacen falta ambición, valor y confianza en alto grado para llegar al final de nuestro destino. Sólo así podremos hallar la felicidad más absoluta. 
Por otra parte, están esos momentos en los que nos sentimos más vivos que nunca, capaces de incluso cualquier cosa, y nos aventuramos a saltar del precipicio para así poder extender nuestras alas y volar. Es un desafío en contra de la gravedad y sienta genial. Estos son los momentos que debemos recordar en nuestra vida, y no lo que nos hagan sentir pésimos. Luchemos por ser los mejores en todo. Pongamos en práctica esa ambición. No siempre lo conseguiremos, pero el esfuerzo…se recompensa. Da siempre lo mejor de ti y nunca te rindas, será entonces cuando alcanzarás el cenit de la vida. Y creedme cuando os digo que os daréis cuenta de haberlo alcanzado. Es ese momento en que hasta el más nimio detalle te hará sonreír. Es algo que no se puede describir, no al menos con palabras, y estas son nuestro mayor instrumento para llevar a cabo tan preciosa acción como es la expresión. Este momento de apogeo se puede alcanzar por muchas vías, y yo se que alcanzaré el mío cuando vea todos y cada uno de mis sueños, o al menos una gran cantidad de ellos cumplidos, porque ¿a quién quiero engañar? Necesitaría más de una vida para llevarlos todos a cabo. Sin embargo, podemos acercarnos plenamente a ese momento con los más simples detalles que nos hagan sentir una felicidad infinita. Algún día, espero poder ser periodista de éxito, tener mi propio programa de televisión, ser una figura relevante en el mundo, o lo que más he ansiado toda mi vida, o al menos desde que tengo 12 años, y cuyo sentimiento se ha ido haciendo más y más grande a medida que crecía, ser escritor de novelas. En definitiva, me gustaría poder ser alguien. Ser recordado en la vida. Solo tenemos una y no pienso pasar por ella sin pena ni gloria. Solo se vive una vez, y no pienso pasar el resto de mis días resignándome por aquellas cosas que van, han ido o irán mal en mi vida. 
Muchos me dijeron que no llegaría lejos y cada día que pasa doy un paso más hacia delante. Nunca he visto mi vida ligada a este lugar, ni a sus gentes; gentes que solo han hecho que entrometerse en mi camino y han dispuesto sobre él grandes muros de piedra pensando que con el menor soplo de aire fresco me harían caer. Bueno, puede que así fuera en un principio. Nadie aprende las cosas al primer intento, Pavlov ya lo dejó suficientemente claro con aquel perro. Al principio tropezaba siempre con dichos muros que me hacían caer, llorar, en definitiva, sentirme frágil. Un día intenté escalarlo, y me caí. No todas las veces que desafías a la gravedad puedes ganar la batalla. Fue tal el golpe que algo cambió dentro de mí. Me di cuenta de algo. Nunca conseguiría escalarlo. Era algo, ¿recordáis la palabra? ¿Imposible? No. Era improbable. Aprendí pues que los muros, ya sean de 100 metros o de 2000 kilómetros de altura, no se escalan. Los muros se destruyen. Y esa gente fue la que me dio fuerza para quebrar todos y cada uno de los muros que hoy día aparecen en mi camino. Durante un tiempo fui una persona gris, ingenua, inocente, frágil y débil. Las cosas han cambiado. Ahora he aprendido a ser un arco iris de colores y elegir cada día cual me viene mejor. El rojo los días que estoy apasionado, verde de la esperanza, etc. Mi inocencia ha desaparecido para dar paso a una pronta madurez oculta tras una faceta de mente pueril e infantil que es la que muestro al mundo. Y me encanta ser así, mucho más de lo que me gustaría admitir. Algunos podréis tacharme de frío y calculador, pues mientras todos se piensan que bajo mi piel no hay más que un pequeño infante que no sabe de la vida, realmente hay una persona que analiza todas y cada una de las situaciones y se aprovecha de ellas de la mejor manera posible. Niño y hombre puedo ser. Todo lo que hagáis no va a ir en mi contra. No va a rebotar. Todas esas acciones se grabarán a fuego en mi piel y me harán aprender cada día un poco más. ¿Debilidad? Es una palabra que desapareció de mi diccionario hace tiempo. Gracias a todos aquellos que una vez me empujaron, me insultaron y me humillaron y gracias a aquellos que a día de hoy seguís intentándolo. Vosotros, sí, vosotros me habéis hecho fuerte. ¿Recordáis lo que hacía antes cada vez que algún golpe llegaba a mí? Y por golpe se incluyen insultos y/o humillaciones varias. Me faltaba tiempo para salir corriendo mientras lloraba arropado en los brazos de alguien. Ahora vosotros sois mis nuevos brazos, más bien, sois la armadura que recubre los míos. Acero de puro titanio a prueba de balas. Y no sabéis lo bien que sienta cada vez que alguien te insulta y no le das la satisfacción de sentirte como ellos quieren. He aprendido a girarme, mirarlos a los ojos y dedicarle la mayor de mis sonrisas en gesto de agradecimiento. Luego solo tengo que volver a girarme, mirar hacia delante y seguir regodeándome de hacer lo que hago, y hacerlo delante de sus caras lo que es mucho más divertido aún, porque piensan que debería sentirme mal por ser como soy. Pero tampoco vamos a engañarnos. Muchas veces todo eso no es más que una simple fachada. Es por eso que suelo vivir oculto en mi música y mis libros. Te transportas a otro mundo sin apenas moverte de la cama, el sofá, o cualquiera que sea el lugar que utilices. Nunca seré lo que esperan de mí. Y en parte me siento orgulloso por ello. Hay una cosa muy bonita que se llama personalidad y que solo unas pocas personas tiene el privilegio de poseer. Os metéis conmigo, porque soy raro, diferente, extravagante, por no seguir los esquemas que marca la sociedad… Yo digo que tengo personalidad. Y sí, es muy duro sentirte solo e incomprendido por todo el mundo, incluyendo en algunas ocasiones incluso a tus amigos o tu familia. Ir caminando por la calle y ver como la gente no deja de clavar su mirada asesina en tus carnes o susurra cosas sobre ti. Perdonadme por no ser una víctima más de este sistema en el que todos vivís. Es muy bonito eso de que os compréis ropa porque “se lleva” cuando ni siquiera la vais a usar, o después de usarla dos veces vais a abandonar en las inmediaciones de vuestro armario; que escuchéis la música que le “gusta” a todo el mundo… Enhorabuena por ser copias baratas unos de otros. Yo prefiero ser yo mismo. Y al que no le guste, pues tiene dos opciones. O deja de mirarme y me deja en paz, aunque sea solo, en muchas ocasiones no se necesita a nadie a tu lado, no obstante siempre es bueno contar con el apoyo de tus amigos. Y los verdaderos pueden contarse con los dedos de las dos manos, puede que incluso, quizá te sobre alguno. Yo soy así y no pienso cambiar por nada ni por nadie. Deberíais empezar a verlo desde este punto de vista, sin embargo, si queréis seguir siendo como muñequitos/as Ken y/o Barbies yo lo respeto. Ahora bien, os pido algo, que vosotros también respetéis mi forma de ser. No creo que lo que haga influya en vuestras vidas. Si la vuestra es aburrida, buscad algo interesante que hacer con ella. 
Hace cuatro meses me hice un tatuaje, y no hay experiencia más enriquecedora si realmente sientes con el corazón lo que te estás grabando en la piel. Es algo eterno. Quedará marcado hasta los restos. ¿Y no era ese mi propósito inicial? Ser recordado por algo. Podría haberme tatuado cualquiera cosa carente de sentido, y fuera de lógica. Pero elegí una palabra. “Courage”. Y todos esos que me dicen “¿por qué en inglés si eres español?” podéis iros a freír espárragos. Siempre he sentido gran admiración por el mundo anglosajón y yo no juzgo a nadie por tatuarse su propio nombre – que por cierto me parece la mayor muestra de egocentrismo – en caracteres chinos, árabes o incluso élficos (que ve usted a saber lo que se está escribiendo ahí). Y para los que no sabéis inglés, o no queréis aprenderlo, significa coraje, o valor. Es una forma de recordarme a mí mismo que se necesita una gran cantidad de éste último para afrontar muchas de las situaciones que esta vida nos pone en el medio de nuestro camino. He tropezado tantas veces con la misma piedra, que de tanto impacto he conseguido que esa piedra se destroce en pequeños fragmentos. Y cuanto más pequeños son los fragmentos, más orgulloso me siento. También he sido “juzgado” – no en el sentido estricto de la palabra – por el sitio que elegí para implantarme esa palabra. El dorso de la mano. Las críticas más repetidas fueron “si te lo pones en ese lugar lo verás todos los días y acabarás cansándote de ellos”, “si lo llevas en un lugar tan visible quizá tengas problemas en un futuro”. Me da igual todo. A parte de todo lo que dije antes soy una persona bastante orgullosa y cabezona. Y hago las cosas cuando quiero, como quiero y porque quiero. No me dejo llevar por las decisiones de nadie. Y uno de mis grandes defectos es casi siempre anteponer la felicidad de los demás a la mía (solo de aquellos que me importan, obviamente) cuando pocas personas anteponen mi felicidad a la suya. Nadie es perfecto ¿no? Aunque un gran porcentaje de la población se lo crea.
 En definitiva, ser raro es lo que me hace ser especial. Voy a luchar por alcanzar todos mis sueños, porque un sueño es un deseo creado por tu corazón, y voy a conseguirlos, porque no se va a ningún sitio sin confianza. Y tampoco sin la fuerza que me habéis proporcionado. Casi siempre he afrontado todas las situaciones con la única ayuda de mi cerebro, mi corazón, mi confianza y mi valor. Soy muy bueno escuchando, y ayudando a cualquier persona, pero pocas personas podrán contarte los problemas que asolan mi vida, que por cierto, no son pocos, porque no me gusta contarlos. Creo que es una gran virtud poder afrontar las cosas directamente. Mirar al miedo de frente. Hacer gala de nuestro valor. En mi persona sería fácilmente aplicable la frase “consejos vendo y para mí no tengo”. Desde hace cuatro meses solo tengo que mirar a mi mano izquierda. Fundir mis ojos con la tinta negra y saberme valiente para lidiar con todo. 
He llegado al gran punto de mi vida, ese en el que solo las cosas buenas se quedan dentro de ti y las malas mueren como las hojas de los árboles en otoño. ¿Por qué lo sé? Esta misma mañana he salido a pasear, con la única compañía de mis auriculares y la música que más me gusta. He divisado un pequeño parque con una cascada preciosa. He vagado por sus caminos terrosos, rodeado de árboles y vegetación. Una canción sonaba en mi cabeza, las hojas de los árboles caían con los primeros atisbos anaranjados y parduzcos del otoño, a la par que yo pasaba frente a ellos. El agua, las flores, la vegetación, la naturaleza, el frío que sentía en mis manos, el vaho gélido que salía de mi boca y en mi cabeza el pensamiento de aquellas personas que me hacen sentir bien, todo era perfecto y aunque aún me queden miles de sueños por cumplir... Allí estaba el principio del camino que me llevaría hasta el cenit. Si no existe el camino, crea el tuyo propio. Y allí estaba mi felicidad. Porque en aquel lugar, con la simple compañía de la naturaleza me sentía infinito y pocas veces una sonrisa tan amplia había sido dibujada con anterioridad en mi cara. Estaba de camino a encontrarme… Con mi destino.

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